sábado, 31 de mayo de 2008

031 - Pensamientos y reflexiones - Mes Mayo

PASAR DE LA POLÍTICA.

Aquí hay un error fundamental.
Suele decirse que la juventud es “pasota” y que, entre otras cosas, “pasa de la política”.
Pero yo, sin ser, ya, joven, declaro solemnemente, que también “paso de la política de los políticos”.

¡Ah¡ ¿pero es que hay otros tipos de política?

Es triste decirlo, pero una cosa es “la política” y otra muy distinta es “la política de los políticos”.
Nadie, ni yo ni tú, podemos “pasar” de la política real, de la política a mano, de la política diaria, de la política de la calle, de la política de andar por casa, de “la política del “polités”.
“Polis” significa “ciudad”, yo soy un “polités” de mi “polis”, soy un “ciudadano de mi ciudad”. Si yo, como todos, tuvimos nuestro correspondiente “claustro materno” durante nueve meses, al abandonarlo, ingresamos en el nuevo “claustro social”, “entorno ciudadano”. Sin ellos no hay vida, ni individual, ni social. Si mi claustro social, si mi sociedad va mal, yo voy mal.
“La política de la polis” no es “la política de los políticos”, éstos no viven en una polis concreta, ellos viven en las nubes, no habitan en el reino del más acá, del aquí y del ahora, ellos viven en la ucronía y en la utopía, ellos habitan en el reino del más allá, en el Reino del Futuro, que puede ser peor que el Reino del Presente, y que, como estamos comprobando, está siendo peor que el Reino de tan sólo hace unos meses.
Ellos, en su Reino, también tienen su Dios, se llama San Capital. Su religión es Santa Economía. Sus locales de culto, sus iglesias y catedrales, se llaman Parlamento y Senado. Sus Reglamento de funcionamiento se llaman Poder legislativo, Poder ejecutivo y Poder judicial, que deberían ser autónomos e independientes, pero que son heterónomos y viven amancebados. Su clase sacerdotal son Los Diputados y Senadores, que gozan de inmunidad parlamentaria (que alguien me explique por qué), como en otro tiempo (no sé si todavía) la tenían los curas, obispos,…y demás jerarquía eclesiástica. Sus fieles son los votantes que cada cuatro años se acercan, en vez de a tomar la hostia, a depositar el voto, en vez de al sagrario, a la urna.
Ese Nuevo Reino al que nos quieren llevar los “políticos” es el que, a diario, vemos cómo está degradándose, a pasos agigantados, a nivel ambiental, a nivel sanitario, a nivel alimenticio, a nivel económico, a nivel laboral, a nivel humano, a nivel mundial.
Los curas te prometían (ya no sé si lo siguen haciendo) la vida eterna que, como nadie podía demostrar que no existía, al menos te quedaba la esperanza de que…
Pero ¿las promesas de “los políticos”?. Los pisos, el I.P.C., el paro, los alimentos, la luz, la gasolina, el euríbor y las hipotecas, los salarios….

¡Dios!.
Perdón,
¡“Políticos”!.

Yo, como Epicuro, deserto de “la política de los políticos”, yo, como Epicuro: “mi jardín, mis paseos, mis conversaciones, mis amigos, mis libros, mis reflexiones….”.
A ver si nos aclaramos.
Tengo el Derecho legal a votar, a no votar, a votar en blanco, al voto nulo, a abstenerme.
Tengo el deber moral de hacerlo, pero mi conciencia es la que condiciona mi voto. “De internis, neque ecclesia”, cuanto menos cualquier hombre.
Nadie tiene el Deber legal de obligarme a hacerlo, a no hacerlo, a hacerlo así o “asao”.
Dice un filósofo estadounidense (aunque mucha gente no lo crea, en Estados Unidos hay muchos y buenos filósofos): “La LIBERTAD corre el peligro de degenerar en arbitrariedad a no ser que se viva con RESPONSABILIDAD. Por eso yo recomiendo que la ESTATUA DE LA LIBERTAD, en la Costa Este, se complemente con la ESTATUA DE LA RESPONSABILIDAD, en la Costa Oeste”.

¡”Demasié pal body lo del gringo” -ha dicho el portero de mi bloque.

AMÉN.
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Por : Tomás Morales Cañedo
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A P O L O Y D I O N I S O S

Creo que fue un filósofo europeo quien dijo algo así como :"emborrachaos, emborrachaos de amor, o de justicia, o de belleza, o de cultura, o de naturaleza, o....de lo que sea, pero emborrachaos".
Don Quijote era un borracho. Calixto y Melibea, Romeo y Julieta y los amantes de Teruel estaban, eran borrachos. Y Cristo era un borracho de justicia y de amor. Y Francisco de Asís, y Mahoma, y Einstein, y Marx, y Teresa de Calcuta, y... El mundo es de los borrachos, porque ellos rompen el molde. Un borracho nunca conoce el límite. Al borracho le pasa lo que al amante, que nunca dirá "basta","hasta aquí hemos llegado","ya está bien".Si lo dijeran estarían perdidos, dejarían de serlo. Siempre es posible algo más. Hasta la muerte si es necesario.¿No lo han hecho así los grandes hombres que en el mundo han sido?.
Los europeos, sin embargo, desde el siglo XVIII, no sólo somos sobrios sino que, además, estamos orgullosos de ello, incluso lo pregonamos. Y esto es lo que nos ha perdido, porque nos hemos convertido en mojigatos. Podremos sobrevivir, estirarnos lánguida­mente, arrastrarnos por la existencia, arrancar algunas hojas más del calendario, pero la supravida, la vida intensa, la vida intere­sante, nos estará siempre vedada.
Un sobrio querrá siempre vivir más años, un borracho, un ebrio, deseará vivir mejor, más profunda e intensamente, apurar los posos de la copa de la vida.
El sobrio es el moderado, el calculador, el que se marca unos mínimos y unos máximos que nunca y bajo ningún pretexto deberán ser sobrepasados para no exponerse a perecer ante sí o ante los demás.
Ese mismo filósofo, creo, denominó a estos dos tipos de hombres, el "dionisíaco" y el "apolíneo".
Pero comencemos por Apolo. Este era un dios orgulloso y calculador, un dios racional en extremo, seguro de sí hasta la osadía. Tanto lo era que se atrevió a desafiar al amor y a sus dardos, porque estaba segurísimo de sí.
Apolo era el gimnasta, el bello de cuerpo, el de la voz justa, el del vestido perfecto, el de la lozana juventud, el de despejado talen­to, el de la talla "canon" y el del peso ideal, el creador de la poesía, con sus ritmos medidos y sus asonancias o consonancias perfectas, el padre de la música, con sus compases medidos, el frío, nato y neto calculador. Con todo eso, o precisamente por eso, nunca logró el amor de ninguna mujer. Él era siempre el moderado. Ni mucho ni poco, sino siempre en la media. Incluso en los consejos que le daba a su hijo Faetón:"no seas excesivamente tímido ni demasiado audaz; evita llegar al cielo o descender hasta la tierra; sigue siempre el camino equidistante, es el único que te conviene".
Dionisos, en cambio era lo contrario. Era el dios del vino y la alegría, el dios de la jarana. Dionisos canta y baila, pero su cante y su baile son a su aire. Puede cantarlo y bailarlo todo, y lo hace, pero a su manera, como le da la gana, con voz aguardentosa y torpes movimientos, pero toca todos los "palos" y se marca cualquier "paso".
Sólo Dionisos fue capaz de enfrentarse a los gigantes cuando éstos se atrevieron a escalar el cielo. Dionisos, como el amante y como el borracho nunca encontrará un obstáculo lo demasiado potente como para no poder enfrentarse a él. Sus armas eran los tirsos, los címbalos y los timbales (Véase su significado en la nueva edición, nº 21, del Diccionario de la Real Academia de la Lengua).No es de extrañar que todos los pueblos se le sometieran gozosos, sin derramar una gota de sangre.
Sus trajes era exóticos y se le representaba como un joven imberbe, fresco, mofletudo, vividor, con una corona de hiedra o de hojas de parra sobre su cabeza. Y a menudo aparece sentado sobre un tonel o descansando a la sombra de una parra cargada de uvas. También se le llamaba Baco o Liber, Libre. Porque el vino, ale­grando el espíritu, lo libera, al menos momentáneamente, de toda preocupación, y le da libertad de palabras y de acciones.
Se propuso el amor de Erigona y, tras muchas estratagemas, ¡va­ya si lo consiguió¡.
Toda esta introducción viene a cuento porque me haríais feliz, muy feliz. jóvenes muchachos, si salvarais vuestra vida redimiéndoos a vosotros mismos mientras residís en la llanura de la juventud. Y eso se consigue, mientras se es joven, siendo dionisíaco, báquico, ­dejando de ser apolíneo.
Lo DIONISIACO y lo APOLINEO. He ahí TODO el secreto de la vida y el secreto de TODA la vida. Y me voy a explicar.
Nos han educado en lo apolíneo. Vivimos en lo apolíneo, inclu­so dormimos apolíneamente (aunque en los sueños Dionisos suele vengarse, por lo general).Todo lo tenemos numerado. Desde el Carnet de identidad al libro de familia, desde el domicilio a la losa de la tumba, donde pondrán la fecha de tu nacimiento (día, mes, año)y la fecha de tu muerte (día, mes, año).Y el hombre que lo vea, si es apolíneo, calculará cuántos años viviste. El apolíneo está casado con la matemática, es un calculador, es amigo inseparable del número. El templo griego era apolíneo (tantos metros de largo, por tantos de alto, por tantos de ancho; tantas columnas de lado y tantas de frente, tantos metros de frontón y...También el escultor griego era apolíneo, amigo de las medidas ideales. Todo está justo. Todo tiene que estar ajustado. Es el reino de la armonía.
Así nos han educado y así estamos educando. Somos apolíneos. Nos preocupamos de cuántos años tenemos, o cuántos hijos, o cuántos kilos de más, o cuánto ahorramos, o cuánto cuesta. ­Hemos contado infinidad de veces los 15,17 ó 23 pasos que hay hasta llegar al piso.
Cuando el apolíneo sale de viaje lo calcula todo. A tal hora salgo, a tal hora llegaré, hay tantos kilómetros, gastaré tantos litros que equivaldrán a tantos euros.
Cuando el apolíneo entra en una tienda a comprarse una prenda de vestir, le guste mucho o no le guste tanto, lo primero que hace es darle la vuelta a la etiqueta para ver cuánto marca el precio. O calcula el valor del conjunto teniendo en cuenta que este bolso puede hacer juego con aquella falda plisada, o los zapatos que no combinan con el jersey, que se matan.
Apolíneos. Así nos han educado y así estamos educando.¿Acaso no es la matemática la asignatura más importante de nuestra cultu­ra?.Hasta sentiremos compasión por ti si suspendes en Matemática a pesar del sobresaliente en Plástica, en Educación Física y en Ética, como si el hobby, la salud y la honradez, como si la felici­dad tuviera que estar bajo la calculadora de cuántas tiradas debo hacer para que me salgan dos bolas blancas y una negra. ¿Desde cuándo y hasta cuándo el "cuánto" y el "cuándo" estarán subyu­gando al "cómo"?.
Incluso cuando está en una fiesta o en una feria el apolíneo sigue siendo apolíneo, porque, a la mañana siguiente, contará a los demás cuántas cervezas, cuántos cubatas de Larios, cuántas hambur­guesas...Como si lo importante fuera la cantidad. Y que se marcha­ron a las siete de la mañana. Como si el número pudiera ser patrón, medida, del placer.
Es el gran error de toda la cultura occidental. El cuantificar­lo todo. Y como resulta que la ciencia comenzó a avanzar cuando las cualidades (peso, calor, distancia,...) fueron cuantificadas, no­sotros, más papistas que el papa, ¡a cuantificarlo todo¡, hasta la felicidad, hasta la vida, como si se pudiera coger agua con una cesta.
!Apolíneos¡!Tristes apolíneos¡.Hay que comer a las tres y cenar a las diez; hay que dormir ocho horas y descansar tales días, y sacar un cinco, y pesar cincuenta y nueve, y ochenta-cin­cuenta-ochenta.
Dionisos es otra cosa. Es el dios de lo cualitativo, del estar bien y del sentirse a gusto; es el dios de la juerga.
Un dionisíaco come cuando tiene hambre y duerme cuando tiene sueño. Si se va es porque quiere irse, no porque tenga que marchar­se. Si emprende un viaje quizá sepa cuándo sale pero no se preocu­pa por la hora a que tiene que llegar porque no tiene que llegar a ninguna hora. Es dueño y señor del tiempo y lo gasta o lo tira como quiere y cuando quiere.
El apolíneo, todo ufano él, le echará en cara al dionisíaco que ha empleado media hora menos en el viaje, que su coche cuesta quince mil euros más, que tiene el doble de cubicaje, que subió el puerto a ochenta con el siete por ciento de pendiente,...!Es tan feliz manejando cifras el pobre hombre!. El dionisíaco, en cambio, disfru­tará viajando, sin prisa en llegar ni en salir.¿Por qué la prisa si está siendo feliz mientras va?. Ni contará kilómetros, ni escalones, ni litros, ni cuántas veces por semana tiene que hacer el amor con su mujer para ser feliz.¡Como si la felicidad estu­viera ahí, fuera de uno, esperándolo!,¡como si la felicidad no estuviera dentro de mí,]!.
El apolíneo siempre va detrás de la felicidad. Para él la felicidad se encuentra siempre al final (cuando apruebe, cuando le suban el sueldo, cuando pague la última letra de…, cuando...cuan­do...Estará tan pendiente de las fechas del futuro que cuando éstas lleguen estará tan nervioso, tan preocupado o cabreado, que no sabrá qué hacer, porque no está entrenado, no sabe ser feliz, no está acostumbrado a convivir con la felicidad.
(¿Quién fue el que dijo que el máximo placer que se saca de una puta es cuando se está subiendo la escalera del prostíbulo?).
El dionisíaco no. El dionisíaco va disfrutando mientras va y cuando llega sigue disfrutando porque la felicidad nunca le es ajena. Está siendo feliz mientras está siendo. Nunca pone a plazo fijo la felicidad. Nunca la hipoteca
(¿Quién fue el que distinguió entre el placer de haber comido y el placer de estar comiendo?).
Uno algún día será feliz, el otro siempre lo está siendo. Uno es esclavo del cuándo, el otro es señor del ahora.
Al apolíneo le pasa lo que al avaro, que pasará todo el tiempo contando el tiempo (o el dinero) no teniendo tiempo para disfrutar­lo (¡qué ironía!).Siempre recordando el pasado.
(¡La de cosas que cuenta haber hecho cuando fue joven...cuando tuvo una novia...cuando fue a ...cuando vino de...) y amigo del futuro (¡la de cosas que hará cuando...y cuando....y cuando....).El dionisíaco, en cambio, no es que sea amigo del presente, es que está amancebado con él. Lo abraza, lo aprieta, lo estruja, lo apura. No tiene que contar nada a nadie, lo está viviendo, es feliz, está siendo fe­liz, convive con la felicidad.
¡Los apolíneos me recuerdan a los japoneses, Sony en mano, grabándolo todo, para disfrutar del pasado en vez de ordeñar el presente!
Mientras el apolíneo necesita contarlo, al dionisíaco le basta y le sobra con vivirlo. El apolíneo, sin público, se muere; al dionisíaco ni le estorba ni lo necesita. El apolíneo moriría sin un reloj al que consultar constantemente. Teme el desorden y la desorientación. Necesita saber cuánto falta para...o cuánto ha pasado desde...Dirá que ya es hora de irse porque son las tres o que es hora de levantarse porque son las siete. El dionisíaco, en cambio, permanecerá en la fiesta mientras lo pase bien, se levanta­rá cuando ya no tenga sueño y desayunará cuando tenga ganas.
El apolíneo dirá que su piso es de 230 metros, que costó 600.000 y que su dormitorio, de nogal escocés del valle de Mac, se puso en los veinte mil euros. El dionisíaco, en cambio, vivirá cómodamente en cualquier piso barato de alquiler, dormirá en cualquier módulo plegable, sobre cualquier goma espuma.
El apolíneo no sólo necesita cosas, es que disfruta teniéndolas y sobre todo contando que las tiene; al dionisíaco todo eso le importa un rábano "revenío" porque, aunque apenas tenga, es feliz.
El apolíneo dirá "sábado sabadete..." para el dionisíaco cualquier momento es sábado. El apolíneo tendrá que vestir así o "asao", el dionisíaco vestirá como le dé la gana.
El apolíneo será un lógico, un matemático; el dionisíaco será un bohemio, un poeta de rima libre, un amigo de las metáforas.
Nosotros os diremos constantemente, machaconamente,"que estu­diéis", "que ahorréis", "que os calléis", "que empleéis bien el tiem­po", "que seáis unos hombres de provecho", "que invirtáis vuestra juventud", "que sacrifiquéis vuestro tiempo libre", "que dejéis recogido el cuarto de baño cuando os duchéis", "que seáis ordenados", "que seáis educados", "que seáis puntuales", "que....
Amigo, joven, alumno, los consejos son como los euros, nunca deben darse si nadie te los pide, pero yo, apolíneo, te lo voy a dar: "nunca, a tu edad, hagas caso de un apolíneo". Rompe la baraja y apúntate a otro juego. Escucha lo que te digo, escúchame con atención, por favor, que es vital para ti, atiende mi consejo:"no hagas caso de mis consejos". Atrévete a ser dionisiaco, atrévete a ser joven.
(Claro que, el día de mañana,¿quién va a correr con los impuestos?,¿y quién va a pagar mi jubilación, y mis medicinas gratui­tas, y...?

De nuevo me sale Apolo

¡No tengo remedio¡

Hacedme el favor de ser felices.

Málaga.Octubre.1992.
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Por : Tomás Morales Cañedo
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LA PEREZA

Reconozco haber sido uno de los trabajadores que más ha disfrutado, cuando trabajaba, (“orgasmos laborales” – decían mis alumnos ), porque mi profesión era placentera. Terminaba mi jornada laboral “jodío pero contento” porque era consciente de haber sembrado y de que la tierra era fértil. Sembraba ilusión y comprobaba embarazos de ilusión. ¡Qué más puede pedir un profesor-educador!. Me pagaban por sembrar, no por recolectar.
Ser, nada menos que, moldeador, o, al menos, ayudante, de la personalidad de muchos adolescentes, en la edad crítica, cada año, y año tras año, me hacía presumir del orgullo de algo de paternidad en todos ellos, lo que no es moco de pavo.
Decía Unamuno que había que intentar, durante nuestra vida mortal, ser inmortal.
Aquello de “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, debería ser la obligación de toda persona”, porque son tres maneras de ser inmortal: en lo fisiológico-genético (en el mundo de la vida), en lo físico (en el mundo externo, real, físico) y en lo psicológico-personal (el mundo cultural). Tu hijo, tu árbol y tus ideas: tres formas de seguir estando presente, de no morir nunca del todo, mientras alguien viva, por ti, alguien contemple la naturaleza, por ti, y alguien piense y lea, por ti.
Pero TODOS, yo también, disfrutamos más en tiempo de vacaciones, en el tiempo del ocio, en el tempo libre de obligaciones laborales, no en el tiempo ocupado, en el tiempo del neg-ocio (negación del ocio). Sólo en el tiempo libre-de se puede ser libre-para.
Decir de alguien que “es o era muy trabajador”, “que ha trabajado día y noche”, “que murió trabajando”… son piropos humanos típicos de nuestra cultura cristiana occidental, por aquello de que el ocio se acabó apenas empezar, cuando Adán, el primer hombre fue expulsado del paraíso (ocio puro) y con la obligación de trabajar, “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Desde ese mismo momento, apenas iniciada la existencia humana, hemos venido a esta mundo a trabajar “el deber de trabajar”, se acabó el ocio y empieza el neg-ocio, el trabajo.

Yo, Tomás, como los griegos, soy de los que opina todo lo contrario.

En cualquier pueblo existe el típico “tonto” (perdón por la expresión) que dice cosas tales como: “el que trabaja para comer es porque ni puede comer sin trabajar”, “el que trabaja es porque no sirve para otra cosa”, “el trabajo es sagrado, ¡no lo toques¡”, “ lo que Dios dijo fue: ganarás el pan con el sudor del de enfrente”,… y cosas parecidas, todas con sentido, todas muy sensatas..
Los griegos dignificaron el ocio (no la vagancia), pues durante el tiempo libre hacían lo que realmente les agradaba: hablar con los amigos, pasear, escuchar música, ir al teatro, escuchar discursos en la plaza pública, en al ágora, dialogar sobre una cuestión (sobre el amor, la justicia, la amistad, el valor,…. Por ejemplo lo que aparece en los diálogos de Platón), observar, durante la noche, el cielo estrellado y lanzar hipótesis sobre el por qué de todo eso, contemplar la salida y la puesta del sol, cazar, pero por placer, manifestando la superioridad de la inteligencia humana sobre el instinto animal,…. Esto, todo esto y cosas por el estilo es lo que hacía el hombre libre, el ciudadano.
Pero el Cristianismo lo trastocó todo. Dignificó el trabajo, “!que se mueran los vagos¡”, “el que no trabaje que no coma” – dice nada menos que San Pablo. Y condenó el ocio, confundiéndolo, identificándolo, con la vagancia.
Y los romanos, que ya lo habían estropeado, lo acabaron de estropear, creando los términos, las palabras, “negotium” y “trabajo”, que viene de “tripalium”. El tripalium era un instrumento de tortura, por eso, para ellos, el trabajo era propio de esclavos. También la moral cristiana bendijo la palabrita “siervo”, “esclavo”. “He aquí la esclava del Señor”, Todos somos “esclavos de Dios”. El trabajo es un castigo divino, por haber pecado, y debemos cumplir con el deber de trabajar si no queremos perecer por toda la eternidad.
Yo, Tomás, como los griegos, reivindico, contra el deber de trabajar, el derecho a la pereza, el derecho a no hacer nada, con todo el tiempo libre por delante, sentado en la ola del tiempo, dejándome mecer por la inactividad.
“Unas vacaciones maravillosas” - ¿Qué has hecho?, ¿Dónde has ido? – No he hecho nada y no me he movido de aquí, No perdiendo el tiempo, sino dejándolo fluir, disfrutando de su chorreo.
Siempre, como alumno y, luego, como profesor me cabreó aquella preguntita de marras “tú, ¿estudias o trabajas?”. Porque la pregunta debería ser ¿trabajas estudiando o de qué otra manera?. Mis alumnos, sobre todo los del PREU, luego los del COU y, últimamente los de 2º de Bachillerato, durante el mes de Junio, de cara a la selectividad, sí que han trabajado estudiando.
Freud hablaba de “neurosis”, como un desequilibrio psicológico, porque una cosa era el “deseo” (el ocio) y otra la realidad (el trabajo). Pero la neurosis , hoy día, ha desplazado y cambiado los términos. Hoy el deseo es el dinero y la realidad, (para muchos, por desgracia) es el tiempo libre, obligatorio (parados, jóvenes, mujeres) o, por fin, conseguido (jubilados), porque el fin de semana (el FINDE), las vacaciones, las excursiones, la marcha, salir de copas, ir a cenar con los amigos,….(cuesta pelas”) o sea, euros. Nada es gratis ni gratuito, por lo que habrá que trabajar más para el coche o la moto, la gasolina, el seguro, los impuestos, poder viajar, visitar museos, acudir a un concierto, ir al teatro…. Todo cuesta dinero.
Un filósofo contemporáneo, E. Fromm, habla del ocio en la sociedad capitalista como una “alienación”: O no sé qué hacer en mi tiempo libre (me aburro) o no puedo hacer nada (me frustro), porque todo ocio-diversión que te ofertan, cuesta dinero, porque el capitalismo lo ha convertido en industria, en inversión, y hay que explotarla.
El valor de la diversión no es un fin en sí mismo, es un acto de compra que alguien te vende como cualquier otro producto.
Hay quien vende (nada se regala) y el que quiera comprar, que pague.
Pero, ¿cómo voy a comprar diversión si estoy parado o no puedo desviar nada de mi sueldo que no sea pagar la hipoteca, hacerme cargo de las letras firmadas, de los gastos de comunidad, agua, luz, Mercadota, el Corte Inglés,….
Alienación y frustración o “trabaja más, gana más, compra más, consume más”. Pero ¿si, luego, no me queda tiempo de disfrutarlo porque todo el tiempo tengo que estar trabajando para poder disfrutar, pero que no puedo disfrutarlo……”
Educamos para el trabajo, no para el ocio, así que cuando llega el tiempo libre, no sabemos qué hacer con él, no estamos acostumbrados.
Y la tendencia es ir a menos horas de trabajo, trabajo menos agotador (por supuesto produciendo más), más tiempo libre (pero ¿para què?).
Oigo decir a muchas personas, al cabo de unos cuantos días en la playa, que están ya aburridos del mar, de no hacer nada, que ya ansía volver y empezar el ritmo laboral…. ¡qué pena, oiga¡. Porque SÓLO EL TIEMPO LIBRE DIGNIFICA AL HOMBRE.
Nietzsche, un filósofo del siglo XIX, decía que había tres tipos de hombres:
- El hombre-camello, que es el esclavo, el que trabaja sin rechistar, el que apenas es persona, el que es como un animal, el que por no tener no tiene ni tiempo para sí porque es un instrumento del señor; él no es él, él es del y para el señor, feliz, gozoso de que nada le falte al señor, gozoso de cargar con los fardos más pesados a través del desierto de la vida, confiando en la eterna recompensa de su Señor (en este caso con mayúsculas).
- El hombre-león, que ya no es esclavo, que está libre de las cadenas, que es autónomo, que es rey (como el león es el rey de la selva), pero todo rey necesita súbditos para poder sentirse rey, necesita que los demás lo vean superior, necesita hacer cosas, no parar, actividad, moverse a su aire, libremente, respetado por todos …
- El hombre-niño, que no es que tenga libertad, que ES libertad total. Es lúdico, por esencia. Quiere jugar, él sólo quiere jugar, vivir, ser feliz jugando y mientras juega. Vivir bien es jugar sin parar, la vida es un juego, sentido lúdico del vivir. Ni obedecer como el camello ni mandar-ordenar-ser obedecido como el león, sino sentirse ajeno a ello. El niño quiere jugar, sólo jugar, todo el tiempo jugar. La vida es un juego. El juego vital de la vida. ¿Recuerdan lo de “si no os hacéis como niños no entraréis ….?. Pero, luego, el Cristianismo ¿por qué predica, exige, la sumisión a Dios (el hombre-camello) y no la ludopatía vital infantil de no mandar sobre nadie ni tener que obedecer a nadie?.
El ocio siempre oferta más posibilidades de ser feliz, porque el trabajo, al ser obligatorio, siempre te tiene las manos esposadas.
La calidad de vida nada tiene que ver con la cantidad de cosas (la sociedad de consumo nos ha engañado y nos sigue engañando como a chinos (¡perdón!).
El “tanto tienes, tanto vales” ya no vale, no debe valer en la época en que vivimos.
La felicidad no debe entenderse como un almacén de cosas sobrantes, sino como la carencia o satisfacción de necesidades.
“¿Quieres hacer feliz a tu amigo Pitocles?, no le incrementes sus riquezas, disminúyele sus necesidades” – dice un gran filósofo.
¿Existe la necesidad de ir a Cancún, ser dueño del coche que tarda 10 segundos en pasar de 0 a 100, tener el tipo de Elsa Pataki o el atractivo de Richard Gerre?. ¿Existiría la Pataki si todas fuerais como la Pataki?.
Yo quiero estar contento conmigo mismo, ser como soy y seguir siéndolo; no quiero competir, ni seer el primero. Quiero pasear por la vida. “¿ hacia dónde? – me preguntaba una testido de Jehová- ¿qué sentido tiene la vida?.
Yo no quiero ir, prefiero quedarme. El que pasea y es feliz cuando pasea, puede cambiar de rumbo y seguir siendo feliz.
Para mí la vida no es un camino, un tránsito (éste sí tiene vida y destino; todo camino va a alguna parte, todo camino es medio para, y la felicidad se supone que está al final del camino). El paseo no, el paseo es un fin en sí mismo, se pasea para pasear y ser feliz paseando, viviendo. El que pasea no quiere llegar el primero, ni ansía llegar al final del paseo, porque no hay final, el final lo pone el paseante.
No quiero competir.
Quiero seguir con mi pelo, cada vez más canoso (sin Grecian 2000 y sucedáneos), con mi barriguilla de los sesenta y tantos (sin martirios corporales), con mis arrugas faciales (sin necesidad de tapajuntas), con mi mollete de Antequera y mi aceite de oliva cordobés mañanero, con mis asentadas viendo salir el sol desde Santa Clara, contemplando el adiós del sol tras la montaña hasta mañana…. Y quero seguir siendo yo y así.
Hay un libro que os recomiendo. Se titula “La vida simple”, es de un periodista. Carlos Fresneda.
“En la vida no hay “corten” ni “repetimos”. Todo, siempre, es original. Todo ocurre en vivo y en directo. No hay segunda oportunidad. En la vida no hay moviolas.
“No caigamos en la trampa de crearnos necesidades (no naturales) para autojustificar la necesidad de trabajar más, para poder satisfacerlas”.
Incrementar la jornada laboral, para ganar más, para poder tener más cosas, pero que no podré disfrutar de ellas porque no tendré tiempo para ello, porque tendré que trabajar más… 1Un absurdo, oiga¡.
En vez de ir, necesitados de algo, a la tienda a adquirir lo que satisfaga la necesidad, entramos, miramos, compramos y, luego, justificamos la compra creándonos futuribles necesidades que acabamos de inventarnos.
Es la tiranía de los “y si” (y si llueve…. Y si hace frío….. y si hace calor…..y si me invitan a una cena….y si tengo que ir a una fiesta….” La maleta, las maletas. Cosas, cosas y más cosas. Estamos contaminando nuestra existencia de cosas. ¡La madre que las parió¡.
Nos creemos dueños de la naturaleza y somos esclavos de las cosas.
¡Qué bajo hemos caído!.

Coge a tu pareja, daos un apretujón. Coge a tu hijo, dale cuatro besazos. Mira al cielo y jura, en arameo, “Dios, la de cosas que, realmente no necesito para ser feliz”. Aunque esto también lo dijo un filósofo.
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Por : Tomás Morales Cañedo
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EL OTRO LADO DE LAS COSAS.

Voy a darte un consejo (a pesar de que los consejos son como los euros, nunca deben darse si no se piden , y si se piden….¡cuidado¡): “Cuando veas que todos, unánimemente, piensan y afirman lo mismo de la misma cosa o del mismo acontecimiento, desconfía, ponte del otro lado, averigua la otra cara de las cosas”. No puede ser que personas tan distintas, en circunstancias tan diversas, piensen y digan exactamente lo mismo.

Os cuento un hecho real.
Al poco de cruzar este escribidor el Despeñaperros, desde mi queridísima Castilla ( o País Leonés, como quieren ahora los separatistas de mi tierra) y asentarme en Andalucía, voy, con la que hoy es mi esposa, Aurora, a la feria de Sevilla. Caseta militar. Mi cuñado que se acerca a una belleza joven, con traje de gitana, que la saluda, habla con ella y me supongo lo que le susurraría al oído porque, al rato, viene a sacarme a bailar sevillanas. Un corro a nuestro alrededor. Ella grácil, con desenvoltura, con salero y con solera y yo que…. “un pollo “apeao” se habría desenvuelto mejor”. El mayor ridículo de la feria y yo como protagonista. Su belleza y su moverse contra mi torpeza y mi impostura; y todo en medio de un corro con gente haciendo palmas. ¿Os lo imagináis?. Pues mucho más.
Al sentarme, entre aplausos no sé por qué, juré por todos los dioses que aprendería a bailar sevillanas.
Córdoba. Mes de Octubre. Academia de baile. El único varón, no rociero, era yo. Y aprendí.
¡Vaya que si aprendí!. Baile de Academia, pero me defendía bastante bien.
Mes de Mayo. Feria de la Salud, de Córdoba. El record de bailes de sevillanas era mío. Con mi esposa. Con las esposas de mis amigos. Con las esposas de compañero del Instituto. Hasta con las esposas de los inspectores de Educación. “A mí me toca la tercera”, “pues yo voy detrás de ti”, “entonces yo soy la quinta”. Me destrocé los pies, de tanto bailar.
Al año siguiente, mis compañeros del Instituto, los inspectores de Educación,… todos bailando sevillanas.
Yo ya no bailé más sevillanas, hasta ahora, que sigo sin bailarlas.
Yo reconozco que soy una persona un tanto peculiar, no sé si rara, pero un tanto excepcional.
Yo prefiero dar la vuelta por detrás y ver la otra cara de las cosas. Porque las cosas son como las monedas o los billetes, tienen siempre dos caras.
¡Ah!, se me olvidaba. La sevillana que, todavía llevo grabada en mi mente, de tanto oírla, era El Desamor, de Los Rocieros.

“El amor es un viento, que igual viene que va. Se muere…. Vuelve a resucitar. Si me enamoro…. Me desenamoraré….. enamorarme otra vez.
“Cuando más te quería me dijiste que no; y el amor…. Se volvió desamor….”
“El amor es un juego, con su cara y su cruz. Puede ser nieve y fuego, puede ser sombra y luz…..”
La contradicción, la oposición, la antítesis, la lucha de contrarios. Así soy yo. Me gusta pensar-contra.
Todo esto ¿a qué viene?. Como podéis comprender no es para hacer propaganda de mis dotes artísticas. Sino porque acabamos de celebrar el 2º Centenario del 2 de mayo (“¿de qué año?” – preguntaría un alumno de la E.S.O), del 1808. Ya saben. Móstoles, batallas, Carlos IV y Fernando VII, Goya,…
“Y el heroico pueblo de Madrid se levantó en armas contra el invasor”.
¿De verdad?. ¿Lo creen Uds?.
Yo opino lo contrario, Creo que si hubiéramos aceptado las ideas ilustradas de la Revolución Francesa, serenamente, en paz….habríamos adelantado muchos años, nos habríamos ahorrado muchos tropezones y marcha atrás, y otra vez arrancar…
Nos habríamos ilustrado directamente, de prisa, sin pausa. Habríamos estado en el vagón de cabeza de los Derechos y de las Libertades.
Nos tiramos a la calle pidiendo que llegara el Deseado que ya era, fue y se mostró como, un Indeseable.
“El dos de mayo no fue un movimiento patriótico, fue un día de cabreo”. Y no lo digo yo. Lo dice, nada menos que, Arturo Pérez Reverte, que de esto sabe la tira. “Un día de cólera” se titula el libro, en Alfaguara, editado con motivo del Centenario.
Para autojustificarse y reafirmarse hay un método, de toda la vida, como es descalificar al contrario. Al Rey José I Bonaparte, al momento lo denominamos “Pepe Botella”. ¡Hala, ya podemos, pues, empezar a tirarle piedras”.
¿Dónde se encontraba, en ese momento, el Ministro de la Guerra o de Defensa?. Este señor (¿) tras desbaratar el plan que el Capitán Velarde había pergeñado para resistir a los franceses, sólo se le ocurre salir a la calle, no para ponerse al lado del pueblo, sino para calmar voluntades, para apagar la revuelta, convencidísimo de lo inútil que es resistir a los franceses. Apuesta por el despacho más que por el pueblo.
¿Se levantó en armas el ejército?. No. Estaba muy tranquilo en sus cuarteles. ¿Dónde estaban los generales….?. El Capitán General de Madrid, con la sangre aún caliente y humeante en las calles decide escribir una carta al Duque de Berg, poniendo a las autoridades españolas, al ejército y a todo el país a sus pies.
Sólo dos capitanes, Daoiz y Velarde, heridos, rematados en el suelo y muertos en la defensa del Cuartel de Monteleón, y un teniente, el teniente Ruiz, muy herido. ¿Entonces, quiere decir que….?. Sí, quiere decir eso que estás pensando. Que fue un día de cabreo y no un movimiento patriótico.
Sus cadáveres estuvieron expuestos en la Iglesia de San Martín. ¿Saben Uds. cuántas personas velaron sus cadáveres?. Solamente una.
Daoiz y Velarde actuaron contra las órdenes recibidas, es decir, desobedeciendo (¡Unos militares desobedientes¡). El incumplimiento de la ley puede llevarte a ser un héroe de la patria, derramando su sangre por ella, o puede conducirte a un consejo de guerra, ser considerado un traidor a la patria y condenado a muerte por traición.
Cuando se habla de que “el pueblo de Madrid se levantó en armas”, ¿de cuántas personas estamos hablando?. Entre 1000 y 2000. No más. Muy pocas personas, pero muy indignadas, muy cabreadas. Solos. Sin políticos que lo ordenasen ni apoyasen y sin militares que los dirigieran.
Estas menos de 2000 personas no es que ayudaran al ejército, lo substituyeron, para su alabanza y para vituperio del estamento militar.
Esto es lo preocupante de aquella España, aquel extraño país en el que las tabernas eran más decisivas que las universidades.
“Veníamos a ayudar a un país retrasado y hemos acabado luchando con mujeres, tenderos y putas”.
“!Qué extraño pueblo, que la muerte por la patria le produce tanto placer como hacer el amor con la parienta”!
Eso era, pues, lo preocupante, que fuera el pueblo llano, en general analfabeto, huérfano de Rey (el 20 de Abril Fernando VII había pasado la frontera francesa), huérfano de políticos (¡vaya papelón el de la Junta de Gobierno¡) y huérfano de militares (¡tan imprescindible su formación para una batalla¡).
Ese llamado “pueblo de Madrid” sería (hoy), actuando de la misma manera, considerada una chusma, una canalla, unos rufianes, un grupo de revoltosos, unas minorías desintegradas, un populacho de navaja fácil, armado con piedras, palos y cuchillos.
¿No le habríamos enviado, hoy, a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, para dispersarlos, detenerlos, ponerlos a disposición de la justicia por “desorden público”?.
¿Cuánto tiempo tuvimos que soportar Absolutismo y clericalismo?, ¿Cuánto tiempo estuvo viva la Pepa”?. ¿Cuándo llegaron las libertades a esta nuestra España?.
¿Debería haber estado ligado el futuro de España al de la avanzada Francia, haber seguido su estilo, haber chupado rueda y aprovecharse de la escapada y haber sacado ventaja a las demás naciones?
¿Fue un acierto o fue un error encender la mecha de un incendio condenado, de antemano, a quemarse, sobre todo si los bomberos no estaban allí?.
Dejarse permear por una cultura probadamente superior, en todos los órdenes, ¿era lo más conveniente o no?. ¿O es que todavía creemos en eso que los nostálgicos del pasado denominan “identidad cultural”?.
Y al terminar la batalla de Madrid, sin militares que retirarse por no haber intervenido, es la hora de que entren los enterradores para que los cadáveres no huelan, que entren los pintores para dar fe de lo ocurrido, que entren los poetas para cantar con la palabras.
Lo que Goya pinta es el aplastamiento del pueblo con la connivencia del gobierno y de los mandos militares.
Lo que nos cuentan los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós ¿es lo mismo que nos cuenta Arturo Pérez Reverte?
La cara y la cruz de las cosas. El viento que ¿viene o que va?. ¿Cuál es la nieve y el fuego?, ¿Cuál es la sombra y la luz?
Y después de 1808 llegaría 1015. ¿O es que ya nadie se acuerda?. Y entre la caballería prusiana y la artillería británica permitieron que el Duque de Wellington venciera, definitivamente, a Napoleón en Waterloo. ¿Y a continuación?. Pues el reparto del Congreso de Viena. ¿Y….? Pues que lo que vino detrás fue peor. Cada nación tendría que hacer su propia revolución, a la francesa, su evolución a la democracia, con enormes costes en vidas humanas y enfrentamientos internos.
¿Y si Napoleón hubiera vencido en Waterloo y toda Europa, a imagen y semejanza de Francia, hubiera pasado del Antiguo Régimen al régimen de libertades y nos hubiéramos ahorrado toda la sangre de las revoluciones del XIX?.
Quizás ya, entonces, hubiera habido una Unidad Común Europea.
Para colmo, la solución teórica adoptada para acabar con el “homo universalis” de los Ilustrados fue el nacionalismo. La parcela. El terruño. La nación. ¿No nacieron, de estas crías, las dos guerras mundiales?.
Como les decía. La cara y la cruz. El haz y el envés. La otra cara de las cosas.
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Por : Tomás Morales Cañedo

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