miércoles, 21 de julio de 2010

122 - SIEMPRE, POR SIEMPRE, PARA SIEMPRE....HOY

Ganador del "V Concurso de relatos Francisco María Arroyo Benitez" , del departamento de Educación permanente de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía.



Es agradable sentir el calor del Sol en el rostro. Se está bien aquí, sentado en esta butaca en este parque tan hermoso. Escuchar el canto de los pájaros y esa música tan bonita que nos ponen. Les he preguntado de quien es y me han dicho que de Mozart. La verdad es que todo el mundo es muy amable. Me han dicho que tenemos que esforzarnos por recordar todas las cosas que hacemos, las cosas que nos suceden, las personas que vemos, lo que nos dicen, lo que comemos, lo que vemos, o sea, todo. Nos han dicho que una forma de recordar mejor es escribir. No se. Yo prefiero pensar en ello. Hoy ha venido a verme un muchacho muy joven, casi un niño. Me ha dicho que es mi nieto. ¡Que tontería!. Yo no tengo ningún nieto, pero es lo mismo. Yo le he seguido la corriente. Es agradable hablar con alguien joven. Aquí lo que mas hay, son viejos. Los viejos no me gustan, me entristecen.

Hoy ha venido a verme un muchacho muy joven, casi un niño. Me ha dicho que es mi nieto. ¡Qué tontería!, Yo no tengo nietos, pero no importa. Me gusta hablar con los jóvenes. Mucho mas que con los viejos. Ha pedido permiso para acompañarme toda la tarde. Estuvimos merendando en la cafetería y después, en el salón, nos sentamos a ver una película que ponían en la tele. Yo no la había visto y me gustó mucho. Creo que se titulaba “Con la muerte en los talones”. Era muy interesante. La cara del protagonista me resultaba familiar, pero no le conocía.

Hoy ha llovido. Me he pasado el día en el salón, como los demás, delante de la tele. Algunos prefieren recortar papeles o copias en un cuaderno unas frases que les ponen los cuidadores, pero yo prefiero ver alguna película. Hoy nos han puesto una muy bonita, “Con la muerte en los talones”, de intriga, muy emocionante. El actor principal me resultaba familiar. Creo que le he visto en alguna otra película.

Cuando llueve no salimos. Nos pasamos el día en el salón. Algunos juegan a las cartas o al dominó, pero yo prefiero ver la tele. Despues cenamos y nos vamos a la cama temprano.

Ha venido a verme un muchacho muy joven. ¡Qué gracia!. Me ha dicho que era mi nieto. Yo no he querido llevarle la contraria. ¡Qué mas da!. Me gustaría tener algún nieto pero no he tenido esa suerte.

Me ha llamado el Director y me ha dicho que mi familia vendría a buscarme para pasar el día con ellos. La verdad es que no tengo ni idea de a quien se habrá querido referir. Yo no tengo familia. Son cosas que se inventan para hacernos mas llevadera nuestra estancia aquí. Yo aquí no me encuentro a disgusto. No es que sea divertido precisamente, pero es tranquilo.

Estaba paseando por el jardín cuando ha venido un cuidador a llamarme. Por lo visto ya había llegado mi familia. ¡No tengo pensado llevarles la contraria!. ¿Qué ha llegado mi familia?. ¡Pues vamos a verlos!. Un matrimonio de mediana edad me esperaba en el despacho del Director. Eran agradables, incluso cariñosos. Me saludaron muy efusivamente, como si me conocieran de toda la vida. Me fui con ellos en un coche precioso. La señora me cogía por el brazo y me lo apretaba con afecto mientras me sonreía.
Me llevaron a un piso muy bonito y me presentaron a otras personas. Todos actuaban como si me conociera. Había un muchacho muy joven, casi un niño, muy agradable, con una sonrisa preciosa. Los jóvenes me gustan mucho mas que los viejos. Los viejos me ponen triste. Me dijeron que aquel muchacho era mi nieto. ¡Qué tontería! Yo no tenía nietos, pero era igual, no pensaba llevarles la contraria. Tengo que reconocer que pasamos un día muy agradable. Comimos todos juntos. La comida era estupenda. Después de comer nos sentamos todos en el salón. El muchacho joven, mi nieto ¡Je, Je, Je!, se sentó en un rincón frente a mi y empezó a contarme sus planes. Por lo visto tenía una medio novia. Me dijo que estaba estudiando pero que lo que a él verdaderamente le gustaba era pintar, pero con su padre no podía hablar de ese tema. Al parecer su padre se había empeñado en que el muchacho estudiase Leyes y fuera abogado como él. Pasamos un rato muy agradable. Él me comentaba lo difícil que era acertar a la hora de elegir profesión, que los trabajos estaban muy mal, que los títulos universitarios ya no eran garantía de nada, que cualquier “listillo” sin preparación alguna, podía conseguir una situación mejor que la mayoría de los universitarios, sobre todo si tenía pocos escrúpulos y en su escala de valores ocupaban los primeros lugares el bienestar económico y la aceptación social. Sabía lo que decía, aquel muchacho. Me gustaba, incluso no me hubiese importado que fuese de verdad mi nieto.

Al atardecer volvieron a llevarme al Centro. Fue un día distinto. Lo pasé bien y aquella gente me había tratado con mucho respeto y, diría yo, hasta con cariño. Si el muchacho era mi nieto y ellos eran sus padres, se supone que eran mis hijos. Él o ella, no se.

Todavía pasé un buen rato en el salón del Centro antes de irme a la cama. No cené nada, no tenía apetito. Había comido muy bien en aquella casa. Ahora lo único que me apetecía era un vaso de leche caliente.

Es agradable sentir el calor del sol en el rostro. Sentado en una butaca en el jardín del Centro se está muy a gusto oyendo los pájaros y una música deliciosa que, a través de altavoces estratégicamente situados llega todos los rincones del jardín. De Mozart me han dicho que es.

Ha venido a verme ese muchacho que dice ser mi nieto. Me gusta. Ha venido con una chica muy guapa y muy joven. Su novia, me ha dicho. Venían cargados de bultos. Yo no sabía que era lo que traían allí hasta que empezaron a montar todo aquello: Un caballete, un lienzo, una caja de pinturas…..El muchacho pensaba hacerme un retrato. Me sentaron en un lugar convenientemente iluminado donde la luz no era demasiado fuerte, pero la sombra no oscurecía mis facciones. La chica se sentó junto a mi y el muchacho empezó a pintar. Mis compañeros pasaban cerca de nosotros y miraban con disimulo. La chica me dijo que él era muy bueno pintando, pero que el padre no quería que siguiera por ese camino. A ella no le importaba que se dedicase a la pintura. Él parecía feliz y eso era lo mas importante. La chica, por lo visto, vivía con su madre, separada. El padre se había ido a vivir con su antigua secretaria, bastante mas joven que él y las había dejado a ellas, solas. La madre trabajaba y aunque el sueldo no era muy grande, juntándolo a la pensión que el padre les pasaba, les daba a las dos para vivir con un cierto desahogo.

La tarde se pasó volando. Los jóvenes prometieron volver otro día para continuar el retrato, entretanto, en casa, él iría completando partes en las que no era imprescindible mi presencia. Por la noche, en el salón, todos me preguntaba por aquella pareja joven que había pasado la tarde conmigo. Es mi nieto, les dije. Mi nieto y su novia. Creo que aquel día fui la envidia de todos.

Por las mañanas me encanta sentarme en una butaca en el jardín y sentir en el rostro el calor del sol mientras escucho a los pájaros y la música que se escucha, suave por todas partes. Es de Mozart, me dijeron. A veces leo. También me gusta pasear y sobre todo ir al cine o, bueno, ver una película en la televisión o en el DVD. Hoy he visto una que me ha gustado mucho. Yo no la había visto. Creo que se titulaba “Con la muerte en los talones”. Era muy interesante. La cara del protagonista me resultaba familiar pero no le conocía.

Hoy ha venido a verme un muchacho muy joven, casi un niño. Me ha dicho que es mi nieto. ¡Que tontería!. Yo no tengo ningún nieto, pero es lo mismo. Yo le he seguido la corriente. Es agradable hablar con alguien joven. Aquí lo que mas hay son viejos. Los viejos no me gustan, me entristecen. Ha venido con una chica muy guapa, mas joven todavía que él y me dijo que era su novia. Traían trastos de pintura, un caballete, un lienzo, una caja de pinturas. Me dijeron que me sentase en el jardín que me querían hacer un retrato. La verdad es que en el lienzo ya había medio pintado un hombre que se parecía bastante a mi. Bueno, en algo hay que pasar el tiempo y estar con gente joven es agradable, así que si quieren hacerme un retrato, que me lo hagan.

Hemos pasado la tarde juntos hablando de mil cosas diferentes. Por lo visto lo que a él le gusta es pintar, pero sus padres prefieren que estudie derecho y ejerza la abogacía como su padre. ¡Como son los padres! Dicen querer lo mejor para sus hijos y en realidad lo que les obligan a hacer es aquello que ellos prefieren, no lo que quieren los hijos con lo cual, la mayoría de los hijos se ven obligados a trabajar toda su vida en algo que no les gusta y por tanto a no disfrutar de su trabajo. Yo le he dicho que se niegue a seguir los consejos de su padre, que si lo que a él le gusta es la pintura, que pinte. La chica me ha dado la razón. Ella también prefiere verle feliz pintando y no aburrido y con la cara larga estudiando algo que no le gusta.

Hoy han venido a verme un hombre y una mujer muy símpáticos. Son una pareja de mediana edad. Han estado conmigo un buen rato. El hombre es abogado. Según me dijo, las cosas les habían ido bastante bien. Tenían una situación desahogada, no tenían deudas, su hijo era un buen muchacho que estudiaba y tenía novia. No les había dado nunca un disgusto. Según me dijo, su única pena era no haber conseguido hacer aquello que mas le gustaba en el mundo: cantar y tocar la guitarra. Por lo visto en su juventud había hecho sus pinitos como cantautor, pero su padre no le había dejado seguir aquella vocación y le había obligado a estudiar leyes, ha hacerse abogado, a elegir un tipo de vida muy distinto al que él hubiera deseado. Y el caso es que al decir esto me miraba a mí como con un cierto resquemor, como si yo hubiera tenido algo que ver con aquello. Después me sonrió y me dijo: No importa, papá. Yo se que lo hiciste pensando que eso era lo mejor para mi. Y después de todo, en cierta forma, tenías razón. No me puedo quejar de cómo me han ido las cosas. ¡Qué manía tenía aquella gente!. Uno nieto, otro hijo. No se quien faltaría por aparecer. No creo que se presente nadie diciendo que es mi mujer.

¡Qué agradable es sentarse en el jardín y sentir el calor del sol en el rostro!. Me encanta estar así, quieto, sentado en mi butaca oyendo cantar a los pájaros y esa música suave, deliciosa, que se extiende por todo el jardín. Me han dicho que es de Mozart.

Autor : Jesús Almendros - Puerto de Santa María ( Cádiz )

domingo, 18 de julio de 2010

121 - COMO LA TRUCHA AL TRUCHO

Relato Ganador del Consurso " Abuelos-as y Nietos-as ", de la Diputación de Cádiz.


COMO LA TRUCHA AL TRUCHO

No se por qué razón se me quedó grabada aquella escena que no tenía nada de extraordinario. Era un día cualquiera, como tantos otros y yo había salido con mi hija Consuelo, de ocho años, a dar un paseo por el campo. Acostumbraba a ir con ella a recorrer caminos lejos de la ciudad, en las estribaciones de la Sierra, cerca de El Bosque, y adentrarme por una espesa arboleda perdida entre montañas.. Le enseñaba los árboles, los arbustos, los matorrales, las viñas salvajes, y le decía qué tipo de hojas tenían, cuando cambiaban de color y cuando se caían y dejaban las ramas desnudas. Ella escuchaba con atención y me hacía preguntas y así, cogidos de la mano, recorríamos senderos, caminos y vericuetos entre encinas, alcornoques, lentiscos, sanguinos, palmitos., brezos y aulagas. A falta de otras posibilidades de entretenimiento, esta era una forma agradable de pasar el tiempo y, sobre todo, de estar juntos. De vez en cuando, nos sentábamos sobre alguna piedra y sobre algún tronco caído y alguna vez hasta comíamos un bocadillo que mi mujer nos había preparado. Mi mujer era muy seria, no tenía alegría ni ilusión por casi nada, claro que después de los años que por desgracia nos había tocado vivir, eso era lo mas normal…..normal…..normal….Así es como llamábamos al tiempo anterior a la guerra, cuando habíamos sido novios y nos habíamos casado y cuando nació nuestra hija y yo tenía trabajo y los dos hacíamos planes para el futuro, un futuro que creíamos iba a ser muy distinto a como el que esa maldita guerra nos ha dejado….. Tiempos Normales, así llamábamos a aquellos años que ahora me parecen tan lejanos.

¿Estás contenta, hija?, le pregunté aquel día. Si, papá, me contestó ella. ¿Nos quieres a mamá y a mi?. Si, papá, claro que os quiero. Pero ¿Cuánto?. Mucho, mucho, mucho….como la trucha al trucho.

Los tiempos no mejoraban. No había trabajo y el poco que había no era para aquellos que no habíamos sido adictos al Movimiento como llamaban al golpe que había acabado con la normalidad. Estábamos marcados. Era imposible sacar adelante a una familia. El hambre era una amenaza que nos acechaba día a día. Había que buscar una solución y la solución mas viable parecía ser la emigración, pero mi mujer se negaba a abandonar el país, su casa, sus costumbres, su gente. A mi no me importaba. Al final optamos a que me fuera yo primero. Venezuela parecía ser un buen destino. Decían que allí los españoles estaban bien vistos y que había trabajo para todos. Cuando ya estuviese instalado, con un trabajo fijo y una casa, se vendrían conmigo mi mujer y mi hija, pero eso nunca ocurrió. El tiempo pasa mas rápido de lo que uno quisiera y primero fue buscar trabajo, un trabajo que me permitiera subsistir y enviar dinero a España para mi mujer y mi hija. Después fue encontrar un lugar Adecuado donde vivir, donde la vida de mi hija, por lo menos, fuese como siempre habíamos deseado para ella, en un entorno tranquilo, con un colegio al que acudir y a ser posible cerca del mar….el mar….la mar. No quisiera que mi hija perdiese de vista ese horizonte abierto a la esperanza, al regreso, al futuro.

Entonces ocurrió aquella desgracia. Medio Cádiz saltó por los aires a causa de la terrible explosión del polvorín de la Armada. Mis suegros se quedaron en la calle y mi mujer los llevó con ella y mi hija. Ahora tenía que ocuparse también de ellos y para eso venía muy bien el dinero que yo les mandaba.

Poco a poco las cartas empezaron a llegar cada vez mas espaciadas entre sí. Yo seguía mandando el dinero, mes a mes, pero yo no hablábamos del reencuentro, no hablábamos de una posible fecha en la que ellas pudieran venirse conmigo y un día un amigo me lo dijo. Tu mujer vive con otro hombre. No les va mal. Las cosas en España han mejorado mucho. Al principio no lo quise creer pero fue finalmente mi mujer la que me lo confirmó. Yo seguí mandándole el dinero todos los meses, para mi hija, pero ella dejó de escribirme. Era mi Consuelito la que ahora me contestaba y me contaba como era su vida. La nueva pareja de mi mujer era un buen hombre y quería a mi hija. Parecían felices. Habían encontrado todo aquello que no fueron capaces de encontrar conmigo. Tranquilidad, un cierto bienestar y sobre todo esperanza….esperanza en un futuro en el que yo no tenía sitio.

Yo nunca volví a enamorarme. Mi vida era monótona y sin alicientes, pero nunca pensé en volver a España ¿Para qué?. Aquello que yo quería, lo había perdido definitivamente. Además mi pequeña Consuelo cada vez me resultaba mas extraña. Parecía que la nueva pareja de mi mujer iba ocupando cada vez mas en su corazón, mi puesto. Poco a poco se fue convirtiendo en su padre y yo sabía de ella solamente cosas puntuales, de tarde en tarde.

Un día mi hija me escribió diciéndome que se casaba. ¿Iría yo a la boda?. ¿Yo?, ¿Para qué?. En aquellos años no resultaba fácil irse de viaje a España. Resultaba muy caro, pero sobre todo es que parecía algo imposible, no tan caro como para no poder asumirlo, pero impensable. ¡Ir a España! así, sin mas. No, eso era para otro tipo de gente, no para un trabajador. Y se casó y me mandó una foto y otro día me dijo que estaba en estado y un día nació una niña, mi nieta, y así, año tras año.

Mi mujer se murió y el hombre con el que había compartido su vida durante tantos años, también. Y yo seguía solo, trabajando, recordando aquella España que había dejado pensando volver un día, recordando a mi niña Consuelo que ya no era una niña. Que había tenido una hija que era mi nieta. ¡Mi nieta!. No podía creerlo. Yo era abuelo. Y llegaban noticias de España. El Presidente Eisenhower había visitado al mismísimo Caudillo y toda España había celebrado los 25 Años de Paz y lo que parecía que iba a ser un paréntesis se convirtió en algo definitivo y los periódicos hablaban de que las condiciones económicas del país mejoraban y cada año se celebraban manifestaciones deportivas en las que los trabajadores participaban masivamente en un Estadio de fútbol que habían construido en Madrid y cada año se celebraba una Feria del Campo a la que asistían agricultores y ganaderos de toda España. Aquello ya no tenía vuelta atrás.

¿Habría hecho yo bien marchándome en aquellos tiempos tristes y sin esperanza?. ¿Qué habría sido de mi vida si hubiese aguantado y hubiese esperado como tantos otros a que las cosas se arreglases?. Pero ahora ya era tarde. Sin darme cuenta me había hecho viejo. Ya tenía 65 años. Y entonces escuché la noticia. El gobierno de España pagaba el viaje a España a aquellos hombres que, como yo, se habían venido a otro País en busca de mejores condiciones de vida. El Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales había abierto el plazo de solicitud de ayudas para que un total de 4.900 emigrantes españoles pudieran viajar a España con el programa de vacaciones de la tercera edad del Instituto de Mayores y Servicios Sociales.
No lo pensé y solicité uno de esos viajes. ¡Y me lo concedieron!.

Llegué a España después de un viaje muy distinto al que había hecho cuando me fui. Viajé en avión. Llegué a Madrid y me pareció que había llegado a otro país, a un país que no conocía, un país moderno que no reconocía. No ya las calles, los edificios, los monumentos, sino las personas, la gente con la que me cruzaba por la calle. En tren me trasladé a Cádiz y mas de lo mismo. Aquella no era la España que yo recordaba. ¡Que torpe había sido!, ¡Si hubiese tenido un poco de paciencia y hubiese esperado! Pero ya era tarde, al menos ya era tarde para mí.

Llegué a Cádiz en tren y la gente parecía feliz, despreocupada. Yo no daba crédito a mis ojos. Me dirigí a las señas que mi nieta me había dado. Era un edificio nuevo en una zona ajardinada. Delante había un parque y allí, en un banco, me senté sin decidirme a llegar a la casa. Me daba miedo. Mi hija yo no era aquella niña, Consuelito, con la que yo me iba al campo. Ahora era una mujer casada a la que yo no conocía. ¡Que me diría!, ¡Como me miraría!. Ella tampoco me recodaría. Yo sería un viejo desconocido para ella. Pensé que había sido un error venir, regresar. Ya era tarde para todo. Las cosas pasan una vez y si salen mal no tienen arreglo. No se puede vivir dos veces, no se pueden enmendar los errores.

A pesar de todo me armé de valor y me dirigí hacia la casa que según las señas que tenía, parecía ser el domicilio de mi hija. El portal estaba abierto así que entré y subí las escaleras. Segundo derecha. Allí era. Llamé al timbre y esperé. Oí unos pasos corriendo en el interior y abrieron la puerta y entonces creí que me iba a morir. ¡No era posible!. El tiempo no había pasado. ¡Allí estaba Consuelo!, ¡Mi consuelito!. Igual que cuando yo me fui. El tiempo no había pasado, pero la ilusión duró un minuto. ^Por el fondo del pasillo apareció una mujer. Esa si era de verdad mi Consuelo. La que me había abierto la puerta era mi nieta. Hola padre, me dijo. ¿Qué le parece su nieta?. ¿Por qué no nos avisó para que fuéramos a buscarle a la estación. Pase, pase, no se quede ahí. Ya le he preparado una habitación y ya sabe que puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera.

El marido de mi hija me pareció un buen hombre. Trabajaba en Astilleros pero su gran pasión era el Carnaval. Pertenecía a un coro y todos los años actuaba en el Gran Teatro Falla. Mi hija me contó como habían sido los últimos años de mi mujer. Lo había pasado muy mal cuidando de su pareja que tenía cáncer, pero ella que no tenía nada no duró mucho mas que él. Quedamos en que iríamos al cementerio a llevarles unas flores. Mi hija decía que no me parecía nada al hombre que ella recordaba de su niñez. Yo no le dije que tampoco ella se parecía nada a aquella niña con la que yo me iba de excursión.

Un día le dije a mi hija si me dejaría que fuese de paseo con mi nieta. Me dijo que sí. Nos preparó unos bocadillos y nos despidió desde la puerta de la casa. Nos recomendó que tuviéramos cuidado, que fuéramos a un sitio seguro. Fuimos hasta la estación de los autobuses y subimos a uno que iba a la sierra, al mismo sitio con el que solía ir con mi hija. Después caminamos, recorrimos caminos y sendas. Nos adentramos por la arboleda perdida que yo recordaba de aquellos tiempos y empecé a contarle a mi nieta como se llamaban los árboles que nos íbamos encontrando, que tipos de hojas tenían, cuando cambiaban de color cuando sus ramas se quedaban desnudas. Al cabo de un rato nos sentamos a descansar en un viejo tronco caído y nos comimos los bocadillos que mi hija nos había preparado. Yo me sentía muy feliz. Como si el tiempo no hubiese pasado. Yo no me veía pero me sentía joven. Ya no tenía la sensación de ser un hombre acabado como la que tenía cuando inicié este inesperado viaje a España.

Mi nieta y yo hablábamos y hablábamos sin parar. Ella me contaba cosas de su vida como si hubiese estado esperando con anhelo a poder hacerlo y ahora lo hacía con entusiasmo, atropelladamente. Me sonreía, me decía lo contenta que estaba de que estuviese aquí con ella, que su madre le había hablado mucho de mi, que le había contado los paseos que daba con ella y lo bien que lo pasaban juntos cuando ella era niña. Y entonces yo, no se por qué, sentí el irrefrenable impulso de preguntárselo. ¿Me quieres?, ¿Me quieres mucho? Y ella sonriendo me contestó, si, abuelo, mucho, mucho, como la trucha al trucho.

Luego me contó que su madre se lo había contado, que lo recordaba con mucha ternura y que siempre había pensado que un día volvería y podría pasear de nuevo con él por aquella arboleda perdida, entre los grandes árboles, por los caminos solitarios por los que había paseado con él de niña.

El sol empezaba a caer tras las montañas. El cielo se iba tiñendo de rojo. De vez en cuando se oía el canto de algún pájaro o los ladridos del perro de alguna casa próxima. Nos fuimos acercando a la carretera, al lugar donde paraba el autobús de Los Amarillos en el que deberíamos de volver a Cádiz. Se nos había hecho tarde. Mi hija ya debía de estar preocupada. Pero mi nieta a mi lado, cogida de mi mano, me la apretaba con fuerza y de vez en cuando me miraba y se sonreía.


Por : Jesús Almendros - Puerto de SantaMaría ( Cádiz )

Junio 2010