domingo, 18 de julio de 2010

121 - COMO LA TRUCHA AL TRUCHO

Relato Ganador del Consurso " Abuelos-as y Nietos-as ", de la Diputación de Cádiz.


COMO LA TRUCHA AL TRUCHO

No se por qué razón se me quedó grabada aquella escena que no tenía nada de extraordinario. Era un día cualquiera, como tantos otros y yo había salido con mi hija Consuelo, de ocho años, a dar un paseo por el campo. Acostumbraba a ir con ella a recorrer caminos lejos de la ciudad, en las estribaciones de la Sierra, cerca de El Bosque, y adentrarme por una espesa arboleda perdida entre montañas.. Le enseñaba los árboles, los arbustos, los matorrales, las viñas salvajes, y le decía qué tipo de hojas tenían, cuando cambiaban de color y cuando se caían y dejaban las ramas desnudas. Ella escuchaba con atención y me hacía preguntas y así, cogidos de la mano, recorríamos senderos, caminos y vericuetos entre encinas, alcornoques, lentiscos, sanguinos, palmitos., brezos y aulagas. A falta de otras posibilidades de entretenimiento, esta era una forma agradable de pasar el tiempo y, sobre todo, de estar juntos. De vez en cuando, nos sentábamos sobre alguna piedra y sobre algún tronco caído y alguna vez hasta comíamos un bocadillo que mi mujer nos había preparado. Mi mujer era muy seria, no tenía alegría ni ilusión por casi nada, claro que después de los años que por desgracia nos había tocado vivir, eso era lo mas normal…..normal…..normal….Así es como llamábamos al tiempo anterior a la guerra, cuando habíamos sido novios y nos habíamos casado y cuando nació nuestra hija y yo tenía trabajo y los dos hacíamos planes para el futuro, un futuro que creíamos iba a ser muy distinto a como el que esa maldita guerra nos ha dejado….. Tiempos Normales, así llamábamos a aquellos años que ahora me parecen tan lejanos.

¿Estás contenta, hija?, le pregunté aquel día. Si, papá, me contestó ella. ¿Nos quieres a mamá y a mi?. Si, papá, claro que os quiero. Pero ¿Cuánto?. Mucho, mucho, mucho….como la trucha al trucho.

Los tiempos no mejoraban. No había trabajo y el poco que había no era para aquellos que no habíamos sido adictos al Movimiento como llamaban al golpe que había acabado con la normalidad. Estábamos marcados. Era imposible sacar adelante a una familia. El hambre era una amenaza que nos acechaba día a día. Había que buscar una solución y la solución mas viable parecía ser la emigración, pero mi mujer se negaba a abandonar el país, su casa, sus costumbres, su gente. A mi no me importaba. Al final optamos a que me fuera yo primero. Venezuela parecía ser un buen destino. Decían que allí los españoles estaban bien vistos y que había trabajo para todos. Cuando ya estuviese instalado, con un trabajo fijo y una casa, se vendrían conmigo mi mujer y mi hija, pero eso nunca ocurrió. El tiempo pasa mas rápido de lo que uno quisiera y primero fue buscar trabajo, un trabajo que me permitiera subsistir y enviar dinero a España para mi mujer y mi hija. Después fue encontrar un lugar Adecuado donde vivir, donde la vida de mi hija, por lo menos, fuese como siempre habíamos deseado para ella, en un entorno tranquilo, con un colegio al que acudir y a ser posible cerca del mar….el mar….la mar. No quisiera que mi hija perdiese de vista ese horizonte abierto a la esperanza, al regreso, al futuro.

Entonces ocurrió aquella desgracia. Medio Cádiz saltó por los aires a causa de la terrible explosión del polvorín de la Armada. Mis suegros se quedaron en la calle y mi mujer los llevó con ella y mi hija. Ahora tenía que ocuparse también de ellos y para eso venía muy bien el dinero que yo les mandaba.

Poco a poco las cartas empezaron a llegar cada vez mas espaciadas entre sí. Yo seguía mandando el dinero, mes a mes, pero yo no hablábamos del reencuentro, no hablábamos de una posible fecha en la que ellas pudieran venirse conmigo y un día un amigo me lo dijo. Tu mujer vive con otro hombre. No les va mal. Las cosas en España han mejorado mucho. Al principio no lo quise creer pero fue finalmente mi mujer la que me lo confirmó. Yo seguí mandándole el dinero todos los meses, para mi hija, pero ella dejó de escribirme. Era mi Consuelito la que ahora me contestaba y me contaba como era su vida. La nueva pareja de mi mujer era un buen hombre y quería a mi hija. Parecían felices. Habían encontrado todo aquello que no fueron capaces de encontrar conmigo. Tranquilidad, un cierto bienestar y sobre todo esperanza….esperanza en un futuro en el que yo no tenía sitio.

Yo nunca volví a enamorarme. Mi vida era monótona y sin alicientes, pero nunca pensé en volver a España ¿Para qué?. Aquello que yo quería, lo había perdido definitivamente. Además mi pequeña Consuelo cada vez me resultaba mas extraña. Parecía que la nueva pareja de mi mujer iba ocupando cada vez mas en su corazón, mi puesto. Poco a poco se fue convirtiendo en su padre y yo sabía de ella solamente cosas puntuales, de tarde en tarde.

Un día mi hija me escribió diciéndome que se casaba. ¿Iría yo a la boda?. ¿Yo?, ¿Para qué?. En aquellos años no resultaba fácil irse de viaje a España. Resultaba muy caro, pero sobre todo es que parecía algo imposible, no tan caro como para no poder asumirlo, pero impensable. ¡Ir a España! así, sin mas. No, eso era para otro tipo de gente, no para un trabajador. Y se casó y me mandó una foto y otro día me dijo que estaba en estado y un día nació una niña, mi nieta, y así, año tras año.

Mi mujer se murió y el hombre con el que había compartido su vida durante tantos años, también. Y yo seguía solo, trabajando, recordando aquella España que había dejado pensando volver un día, recordando a mi niña Consuelo que ya no era una niña. Que había tenido una hija que era mi nieta. ¡Mi nieta!. No podía creerlo. Yo era abuelo. Y llegaban noticias de España. El Presidente Eisenhower había visitado al mismísimo Caudillo y toda España había celebrado los 25 Años de Paz y lo que parecía que iba a ser un paréntesis se convirtió en algo definitivo y los periódicos hablaban de que las condiciones económicas del país mejoraban y cada año se celebraban manifestaciones deportivas en las que los trabajadores participaban masivamente en un Estadio de fútbol que habían construido en Madrid y cada año se celebraba una Feria del Campo a la que asistían agricultores y ganaderos de toda España. Aquello ya no tenía vuelta atrás.

¿Habría hecho yo bien marchándome en aquellos tiempos tristes y sin esperanza?. ¿Qué habría sido de mi vida si hubiese aguantado y hubiese esperado como tantos otros a que las cosas se arreglases?. Pero ahora ya era tarde. Sin darme cuenta me había hecho viejo. Ya tenía 65 años. Y entonces escuché la noticia. El gobierno de España pagaba el viaje a España a aquellos hombres que, como yo, se habían venido a otro País en busca de mejores condiciones de vida. El Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales había abierto el plazo de solicitud de ayudas para que un total de 4.900 emigrantes españoles pudieran viajar a España con el programa de vacaciones de la tercera edad del Instituto de Mayores y Servicios Sociales.
No lo pensé y solicité uno de esos viajes. ¡Y me lo concedieron!.

Llegué a España después de un viaje muy distinto al que había hecho cuando me fui. Viajé en avión. Llegué a Madrid y me pareció que había llegado a otro país, a un país que no conocía, un país moderno que no reconocía. No ya las calles, los edificios, los monumentos, sino las personas, la gente con la que me cruzaba por la calle. En tren me trasladé a Cádiz y mas de lo mismo. Aquella no era la España que yo recordaba. ¡Que torpe había sido!, ¡Si hubiese tenido un poco de paciencia y hubiese esperado! Pero ya era tarde, al menos ya era tarde para mí.

Llegué a Cádiz en tren y la gente parecía feliz, despreocupada. Yo no daba crédito a mis ojos. Me dirigí a las señas que mi nieta me había dado. Era un edificio nuevo en una zona ajardinada. Delante había un parque y allí, en un banco, me senté sin decidirme a llegar a la casa. Me daba miedo. Mi hija yo no era aquella niña, Consuelito, con la que yo me iba al campo. Ahora era una mujer casada a la que yo no conocía. ¡Que me diría!, ¡Como me miraría!. Ella tampoco me recodaría. Yo sería un viejo desconocido para ella. Pensé que había sido un error venir, regresar. Ya era tarde para todo. Las cosas pasan una vez y si salen mal no tienen arreglo. No se puede vivir dos veces, no se pueden enmendar los errores.

A pesar de todo me armé de valor y me dirigí hacia la casa que según las señas que tenía, parecía ser el domicilio de mi hija. El portal estaba abierto así que entré y subí las escaleras. Segundo derecha. Allí era. Llamé al timbre y esperé. Oí unos pasos corriendo en el interior y abrieron la puerta y entonces creí que me iba a morir. ¡No era posible!. El tiempo no había pasado. ¡Allí estaba Consuelo!, ¡Mi consuelito!. Igual que cuando yo me fui. El tiempo no había pasado, pero la ilusión duró un minuto. ^Por el fondo del pasillo apareció una mujer. Esa si era de verdad mi Consuelo. La que me había abierto la puerta era mi nieta. Hola padre, me dijo. ¿Qué le parece su nieta?. ¿Por qué no nos avisó para que fuéramos a buscarle a la estación. Pase, pase, no se quede ahí. Ya le he preparado una habitación y ya sabe que puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera.

El marido de mi hija me pareció un buen hombre. Trabajaba en Astilleros pero su gran pasión era el Carnaval. Pertenecía a un coro y todos los años actuaba en el Gran Teatro Falla. Mi hija me contó como habían sido los últimos años de mi mujer. Lo había pasado muy mal cuidando de su pareja que tenía cáncer, pero ella que no tenía nada no duró mucho mas que él. Quedamos en que iríamos al cementerio a llevarles unas flores. Mi hija decía que no me parecía nada al hombre que ella recordaba de su niñez. Yo no le dije que tampoco ella se parecía nada a aquella niña con la que yo me iba de excursión.

Un día le dije a mi hija si me dejaría que fuese de paseo con mi nieta. Me dijo que sí. Nos preparó unos bocadillos y nos despidió desde la puerta de la casa. Nos recomendó que tuviéramos cuidado, que fuéramos a un sitio seguro. Fuimos hasta la estación de los autobuses y subimos a uno que iba a la sierra, al mismo sitio con el que solía ir con mi hija. Después caminamos, recorrimos caminos y sendas. Nos adentramos por la arboleda perdida que yo recordaba de aquellos tiempos y empecé a contarle a mi nieta como se llamaban los árboles que nos íbamos encontrando, que tipos de hojas tenían, cuando cambiaban de color cuando sus ramas se quedaban desnudas. Al cabo de un rato nos sentamos a descansar en un viejo tronco caído y nos comimos los bocadillos que mi hija nos había preparado. Yo me sentía muy feliz. Como si el tiempo no hubiese pasado. Yo no me veía pero me sentía joven. Ya no tenía la sensación de ser un hombre acabado como la que tenía cuando inicié este inesperado viaje a España.

Mi nieta y yo hablábamos y hablábamos sin parar. Ella me contaba cosas de su vida como si hubiese estado esperando con anhelo a poder hacerlo y ahora lo hacía con entusiasmo, atropelladamente. Me sonreía, me decía lo contenta que estaba de que estuviese aquí con ella, que su madre le había hablado mucho de mi, que le había contado los paseos que daba con ella y lo bien que lo pasaban juntos cuando ella era niña. Y entonces yo, no se por qué, sentí el irrefrenable impulso de preguntárselo. ¿Me quieres?, ¿Me quieres mucho? Y ella sonriendo me contestó, si, abuelo, mucho, mucho, como la trucha al trucho.

Luego me contó que su madre se lo había contado, que lo recordaba con mucha ternura y que siempre había pensado que un día volvería y podría pasear de nuevo con él por aquella arboleda perdida, entre los grandes árboles, por los caminos solitarios por los que había paseado con él de niña.

El sol empezaba a caer tras las montañas. El cielo se iba tiñendo de rojo. De vez en cuando se oía el canto de algún pájaro o los ladridos del perro de alguna casa próxima. Nos fuimos acercando a la carretera, al lugar donde paraba el autobús de Los Amarillos en el que deberíamos de volver a Cádiz. Se nos había hecho tarde. Mi hija ya debía de estar preocupada. Pero mi nieta a mi lado, cogida de mi mano, me la apretaba con fuerza y de vez en cuando me miraba y se sonreía.


Por : Jesús Almendros - Puerto de SantaMaría ( Cádiz )

Junio 2010

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