“ EL CINE ¿ ARTE Ó INDUSTRIA ? ”
Cuando en determinados círculos sociales o culturales, se habla de cine, suele surgir la discusión entre cómo hay que considerar las películas, como obras artísticas o como meros productos comerciales, industriales y simplemente eso, productos manufacturados, mejor ó peor realizados, con gracia e interés en algunos casos, pero artesanía en el mejor de los casos.
Para unos hay que distinguir entre películas que son solamente objetos de consumo, sin otra trascendencia que la de abastecer un mercado, y otras que son verdaderas obras de arte. Para algunos el cine no es más que un producto destinado a que quienes lo producen obtengan el mayor beneficio posible y para otros, por el contrario, se trata siempre de obras de creación y por tanto, de obras de arte, con mayor o menor aceptación por parte de determinados públicos, de unos u otros espectadores y, por supuesto, de una ú otra época y de uno u otro estamento social ó cultural.
Realmente el problema surge en la consideración que tengamos del término Arte, porque ¿qué es en realidad el Arte?, ¿Cuándo nace el concepto de Arte? Y sobre todo ¿quién decide lo que realmente es Arte y lo que no lo es?.
Hoy nadie pone en duda que los dibujos que adornan numerosas cuevas prehistóricas como las de Altamira o Tito Bustillo sean auténticas obras de Arte, pero ¿eran así consideradas por quienes las realizaron?. Por supuesto y obviamente, no. El hombre del paleolítico superior pintaba figuras, animales ú hombres, en las paredes de las cavernas en las que se refugiaba, con fines mágicos o religiosos e incluso, vaya Vd. a saber, como entretenimiento, como forma de pasar el tiempo. Eso nunca podremos saberlo con seguridad, pero lo que sí sabemos es que no lo hacía con ningún propósito artístico.
Tampoco los canteros que levantaron las catedrales góticas o las sencillas iglesias románicas o los maravillosos pintores que reflejaban ó imaginaban o recreaban la figura de Cristo ó plasmaban en lienzos el dogma de la Purísima Concepción, tenían como prioridad hacer Arte. Todos hacían simplemente su trabajo lo mejor que sabían, tratando de complacer a aquel que les pagaba, de transmitir aquello que la Iglesia o el Rey o el Señor de turno le interesase hacer llegar al pueblo, al hombre de la calle, al espectador.
Fue siempre la posteridad, aquellos para quienes no había sido hecha la obra ni tan siquiera se había pensado en ellos a la hora de realizarla, aquellos que la encontraron (nos la encontramos), los que se encargaron (nos encargamos), de separar el grano de la paja, de distinguir entre lo que era solamente un encargo realizado correctamente por un artesano conocedor de su oficio, de la obra verdaderamente artística que había sido capaz de superar el fin para el que había sido creada y había adquirido valor intrínseco, valor en sí misma, al margen del valor o la grandeza que el tema del cuadro, o la escultura, o el edificio, mostrase.
En la Antigua Grecia se valoraba especialmente la Belleza y en el grado en que una obra se acercase más o menos a un determinado ideal estético, la obra era considerada más o menos artística, pero los valores se trastocan y la sociedad no es inmutable en cuanto a la consideración de lo que es “bueno” o “malo”, “bello” o “feo”, “verdadero” o “falso”.
El cine nació como curiosidad científica, como experimento, como artilugio. A todos nos “suenan” nombres como el kinetoscopio inventado por T.A. Edison en 1894, ó el zootropo inventado anteriormente por Hoerner en 1834. Estos aparatos, al igual que el phenekistiscopio inventado en 1828 por Joseph Plateau ó el cronógrafo inventado en 1891 por George Demany ó el fonotoscopio inventado por el mismo Demany en 1892, todos fueron inventos que trataban de conseguir la imagen en movimiento basándose en la persistencia de las imágenes en la retina, hecho ya conocido por Ptolomeo, lo cual motivó que ya en el S. XI Al Hazen experimentase sobre ello y en el S. XVII se llegase a determinar que esta persistencia era de entre 1/10 y un 1/4 de segundo lo cual llevó al descubrimiento en dicho siglo de la linterna mágica con la que falsos magos impresionaron a las multitudes, dando lugar al nacimiento de espectáculos de sombras chinescas como las fantasmagorías con las que en 1797 Robertson entusiasmaba al público de París, pero a todos estos inventos les unía algo fundamental, el movimiento que alguno de estos inventores consiguieron plenamente, aunque todos seguían adoleciendo del mismo defecto: debían de ser usados de forma individual. Una persona a través del aparato podía conseguir ver imágenes en acción, pero eso no era lo que con el tiempo entenderíamos por “cine” que es poder ver de forma conjunta esas imágenes en movimiento, ver las escenas en una pantalla ante la que los espectadores se sitúan para verlas todos a la vez. Esto lo consiguieron los Hermanos Lumière, concretamente Louis, el 13 de Febrero de 1895 con su “cinematógrafo”. Pero incluso esto no era lo determinante del nuevo medio de expresión. El 22 de Marzo de ese mismo año tiene lugar una proyección en el nº 44 de la calle Rennes en la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional, en París, en la que se proyecta la salida de los obreros de la fábrica Lumiere y el 1 de junio de ese mismo año se proyectan en Lion 7 films de los propios Hnos. Lumière y el 16 de Noviembre tiene lugar tambien una proyección en la Sorbona, pero fue, sin embargo, el 5 de Diciembre de 1895 en la Avenue de Capucins cuando por primera vez la gente, pagando una entrada, entró a ver una proyección pública. El Cine había nacido.
¿Pensaban los inventores del aparato ó los dueños de la sala donde se hizo esta proyección o alguno de los afortunados espectadores que acudieron a ella que aquello era una manifestación artística?. Por supuesto que no. Aquello era solamente una curiosidad científica, una novedad más de las muchas que aquel siglo de las luces iba proporcionando a una sociedad que pedía más. La electricidad, la luz eléctrica, el teléfono, la radio, cada día surgía algún nuevo invento y el cine fue uno más.
Al principio, en los primeros años de vida del incipiente invento, los espectadores acudían a ver estas , más que películas, escenas, a verdaderas barracas de feria. Después de pasar por taquilla se reían ante “El regador regado” o se enternecían ante “El desayuno del bebé” o se estremecían ante la “Llegada del tren a la estación de Lion” que parecía que iba a salirse de la pantalla y arrollar a los ingenuos espectadores. Nadie hablaba todavía de Séptimo Arte, eso vino mas tarde, muchas veces para nuestra desgracia y desgracia del propio Cine.
Enseguida hombres con visión de futuro, convencidos de que aquella atracción de feria podría llegar a ser un gran negocio, hombres como George Meliés, intentaron dar un paso hacia delante, pero un paso comercial, industrial, no artístico. Meliés intentó comprar el invento a los Lumière sin conseguirlo: “Agradézcamelo, joven -le dijo Louis- si mi invento estuviera en venta, sería su ruina.
A lo largo y ancho de todo el mundo comenzaron a construirse modernas salas cinematográficas que se llenaban de espectadores ansiosos de ver películas, generalmente vulgares y de mal gusto, de unos doce minutos de duración, un rollo.
Pero estas salas había que llenarlas y para ello hacían falta películas que no se limitasen a reproducir escenas de la vida real sino que contasen historias y estas historias debían de estar protagonizadas por actores y actrices que emocionasen a ese nuevo público.
En cierta ocasión le preguntaron a Alfred Hitchcock su opinión sobre el cine, qué era para él realmente. El genial y gordo director contestó: “Para mi el Cine es una sala llena de butacas que hay que llenar de gente”.
Pathé, otro de los grandes comerciantes del cine, francés por supuesto, solía decir: “Es posible que yo no haya inventado el cine, pero desde luego nadie puede poner en duda que yo lo he industrializado” y lo decía con orgullo refiriéndose, no a que lo había privado de su carácter artístico, sino de que de mero producto comercial que era, lo había llevado a cotas más altas en ese terreno, el de la Industria.
Sus noticiarios, falsos –ó mejor sería decir recreados- eran seguidos con enorme interés por todo el mundo y cuando alguna noticia trascendente no había podido ser filmada, él la reproducía con pasmosa fidelidad a los hechos relatados.
Tratando de llevar al cine a sectores sociales aún reacios, como la burguesía, Pathé construyó por todo el mundo suntuosos “Palacios del Cine” y trató de dar a este público lo que ellos entendían por Arte, ofreciéndoles pretenciosas películas con grandes actores del teatro como la misma Sara Bernhardt, pero el público enseguida se decantó por trabajos de desconocidos llegados a la pantalla sin haber pisado las tablas como Max Linder o el propio Charles Chaplin.
En 1910 ya existían en América mas de 20.000 salas cinematográficas y Mack Sennet monta en California la Keistone donde produce cientos de películas con sus famosos “polis” y “bañistas”, persecuciones de coches y lanzamiento de tartas a la cara de los actores. A la gente le encantaba.
Pronto el público se erigió en el controlador del negocio frente a los grandes Estudios. Cuando Josef Von Sternberg rodó “La Ley del Hampa” no gustó a la Productora y trataron de quitarse la película de encima pero sin incumplir el contrato, para ello la estrenaron sin publicidad alguna en un cine de Nueva York. Tres horas más tarde Times Square estaba bloqueado por una muchedumbre que se agolpaba a las puertas del cine que tuvo que permanecer abierto toda la noche inaugurándose así el sistema de sesión continua.
La creación de lo que se dio en llamar “Estrellas” y con ellas todo el “Star System”, comenzó con el lanzamiento por parte de Hollywood de Mary Pickford y a partir de ese momento todo cambió. Todo lo que hasta entonces habían hecho los europeos para ganar dinero con el Cine puede considerarse un juego de niños. Europa había inventado lo que con el tiempo sería considerado el 7º Arte, Hollywood inventó el 8º, el arte de ganar dinero con el 7º. El cine se convierte en el espectáculo por antonomasia. Las salas cinematográficas proliferan desaforadamente en todo el mundo y no hay ciudad ni pueblo ni aldea que no tenga una.
Pero aún no se hablaba de Arte. Para hablar de arte había que ir al teatro o a la ópera, como hacía la gente culta y refinada. La burguesía iba al cine a divertirse y nada mas. Era un pasatiempo.
Y seguimos inventando. El 6 de Octubre de 1.927, se estrena “The Jazz Singer” –“El Cantor de Jazz”- en la que su protagonista, un mediocre Al Jolson, con la cara pintada de negro, decía una frase, la primera de la historia del Cine. “Hola Mami”. Lo que parecía una mera anécdota técnica haría cambiar el futuro de toda la industria cinematográfica. Todas las productoras, europeas y americanas, ante la exigencia del público, tuvieron que seguir la iniciativa de la Warner –en la mayoría de los casos muy a su pesar- y producir películas en las que los actores hablasen, lo cual no siempre resultaba fácil como se recrea magistralmente en “Cantando bajo la lluvia”. Las salas cinematográficas de todo el mundo tuvieron que ponerse al día e instalar equipos sonoros que permitiesen la exhibición de las nuevas películas que todo el mundo quería ver…..y oir…..pero nadie hablaba todavía de Arte……
………Sin embargo ya había verdaderas obras cinematográficas artísticas.
Mientras el negocio del cine crecía y crecía y muchos se dedicaban solamente a ganar dinero, otros, además de eso, se preocupaban de realizar obras que transmitiesen sus ideas, sus inquietudes, que contasen historias tiernas, emocionantes, terroríficas ó melodramáticas. Eran los Directores de Cine, los verdaderos autores de las películas, hombres que fueron capaces de comprender que aquello que tenían entre las manos era una nueva forma de expresión, de creación artística. Ellos dieron lugar al nacimiento de este nuevo Arte.
Al hablar del cine como forma de expresión artística es imprescindible mencionar en primer lugar a David Wark Griffith, que entre 1.908 y 1.914 realizó mas de 450 películas entre las que cabe destacar dos, “El Nacimiento de una Nación” e “Intolerancia”, auténticas obras maestras, modelos de tensión contrastada de tremenda fuerza emocional y expresiva. A este Director le cabe el honor de haber inventado el “primer plano”, el “flash back”, el montaje en paralelo y de haber dado valor narrativo al “traveling”.
Sin embargo, la personalidad mas conocida y universal de toda la historia del cine es Charles Chaplin y su personaje Charlot. Nacido en Londres en 1889, hijo de actores judíos del “music hall”, durante una gira por Estados Unidos comenzó una carrera imparable en el mundo del cine realizando películas como “Armas al hombro”, “El chico”, “El circo”, “La quimera del oro” o “Luces de la ciudad”.
Otro de los grandes cómicos que realizó su carrera simultáneamente a Chaplin, fue Buster Keaton, menos popular que él, pero mas apreciado por el mundo culto e intectual. Realizó películas que también pueden ser consideradas verdaderas obras de arte como “El Navegante”, “El Cameraman” o “El maquinista de la General”.
Los años 30 del pasado siglo fueron una época dorada para el cine como Arte. Los directores no se limitaban a contar historias, se esforzaban en hacerlo de una manera propia, ni literaria ni pictórica, cinematográfica en toda su pureza. Las luces y las sombras, los negros y los grises de sus películas en blanco y negro adquirían tintes dramáticos, sentimentales o cómicos según la ocasión lo pidiese. Nombres fundamentales en la historia del cine como Eric Von Stroheim, Joseph van Stemberg o años después, Orson Welles, clásicos los tres entre los clásicos.
Strohein al que todos recordamos como el criado-director de Gloria Swanson en “El crepúsculo de los dioses”, de Billy Wilder, tiene una vida “de película”. Oficial de caballería a los 16 años, desertor, emigrante a los E.E.U.U., especialista, extra, actor, trabaja con Griffith en “El Nacimiento de una Nación” e “Intolerancia” hasta que decide ser director. Después de varias películas, dirige “Avaricia”, cumbre del naturalismo cinematográfico. Durante el rodaje de esta película del que toda América estaba pendiente como después ocurriría con el de “Lo que el viento se llevó”, en lo más alto de un rascacielos de Nueva York aparecía en letras luminosas el nombre de Stroheim con dos barras cruzando la S de su apellido y semanalmente iban cambiando el importe de los dólares que se iban invirtiendo en la película.
Joseph von Sternberg al igual que Stroheim, nace en Viena y muy joven emigra a E.E.U.U. donde realiza “La ley del hampa”, “La última orden” y “Los muelles de Nueva York”. La UFA le reclama desde Alemania a donde vuelve para realizar “El Angel Azul”. La protagonista es Marlene Dietrich y su encuentro da origen a un tanden artístico que dio frutos como “Marruecos”, “Fatalidad”, “El Expresso de Shanghay” ó “Capricho Imperial”.
Cada año, el día de su cumpleaños, Sternberg recibía un regalo de Marlene Dietrich con una nota que invariablemente decía: “No fui nadie sin ti, no soy nadie sin ti.”
Sternberg, poeta de la luz y de la mujer, apartado del realismo y del naturalismo, es quizás, el más orgulloso y susceptible de todos los directores de la historia del cine.
Simultáneamente, en estos primeros años del Siglo XX, una precaria industria cinematográfica en Alemania trata de conjugar el incipiente y fuerte sentido nacionalista con un movimiento artístico de la época, el expresionismo, dando origen al “expresionismo alemán”, escuela o movimiento cinematográfico que cuenta con directores clave en la historia del cine como Robert Wienne, autor de “El Gabinete del Dr. Caligari”, precursora de todo el cine de terror. Otros directores de esta escuela son Paul Wegener, autor de “El Golem”, F.W. Murnau, que rueda “Nosferatu” y continúa su carrera en Norteamérica con películas como “Amanecer” o Fritz Lang que dirige “ Los Nibelungos” y “Metrópolis” y que tambien emigra a Estados Unidos donde desarrolla una importantísima carrera.
En Rusia, tras la Revolución, se piensa que el cine es el arma más perfecta para llevar a cabo una ofensiva propagandística de tipo ideológico. Para ello se apoya en jóvenes directores teatrales, jóvenes idealistas como S.M. Eisenstein, Pudovkin o Dovjenko. Su forma de enfrentarse a las historias era diferente, pero todos basaban su forma de expresarse en el montaje, técnica a la que Eisenstein llega después de profundas investigaciones sobre las películas de Griffith y Ford y también, obligado en parte, por las enormes limitaciones existentes en Rusia para conseguir material.
En el resto de Europa también surgieron a principios del pasado siglo directores con personalidad propia que crearon obras originales de enorme importancia y que supusieron aportaciones al lenguaje cinematográfico.
Podemos citar a directores como Carl Theodor Dreyer nacido en Dinamarca en el seno de una rígida familia luterana, muy influenciado por Eisenstein y por Griffith, que realizó películas de gran sobriedad, sin concesión alguna a la comercialidad y entre las que destaca su obra maestra “La pasión de Juana de Arco”.
Otro nombre importante del cine considerado como arte es el del sueco Ingmar Bergman cuyas películas, contenidas y serias, nos muestran sus preocupaciones religiosas. El miedo a la muerte y sus dudas sobre la necesidad del Arte en la sociedad, aparecen en películas como “El séptimo sello”, “El manantial de la doncella” ó “Fresas salvajes” para evolucionar posteriormente hacia films como “Persona” o “La vergüenza”, de mucho mayor rigor y consistencia.
En Italia, tras la Segunda Guerra Mundial, surgió un movimiento, el Neorrealismo, que contó con directores que con el tiempo evolucionarían hacia posturas de fuerte personalidad muy diferentes entre sí como Luchino Visconti, autor de obras como “Rocco e i sui fratelli” ó “Muerte en Venecia”, Vitorio de Sicca con películas como “Ladrón de bicicletas, “El limpiabotas” o “Milagro en Milán”, Roberto Rossellini con películas como “Roma, ciudad abierta” o “Alemania año 0” o Federico Fellini que tras un periodo de realismo poético en el que dirige películas comno “La Strada” o “Las noches de Cabiria”, llega una etapa en la que crea sus obras mas personales como “Fellini, ocho y medio” o “Amarcor”.
En Francia, tras una etapa en la que destacan nombres como Carné, Renoir o René Clair, irrumpe con fuerza la “Nouvelle vague” en la que destacan nombres como Goddard ó Truffaut.
En España también contamos con verdaderos autores cinematográficos, creadores que han dado al mundo películas dignas de ser consideradas obras de arte como es el caso de Luis Buñuel cuya obra se reparte entre Francia, Méjico y España, pero además de este nombre incuestionable, no podemos olvidarnos de otros como Luis G. Berlanga, Juan Antonio Bardén o Carlos Saura junto a los Fernando Fernán Gómez, Basilio Martín Patiño y otros como Erice o Pedro Almodóvar, el último gran director español.
Pero decía antes que había tres clásicos incuestionables del cine americano, Stroheim, Sternberg -a los que ya me he referido- y Orson Welles, aunténtico “enfant terrible” del cine, auténtico niño prodigio. A los dos años ya hablaba, a los cinco había estudiado toda la obra de Shakespeare, , a los once escribe un análisis de “Asi hablaba Zaratustra”, a los 15 trabaja como actor profesional –adulto- en Londres y a los 23 realiza un montaje radiofónico de “La Guerra de los mundos” que causa el terror y la histeria colectiva en toda América lo cual lleva a que la R.K.O. le contrate para realizar con total libertad “Ciudadano Kane”, película que suele ocupar con frecuencia el primer puesto de las listas de las diez mejores películas de la historia del cine, tras las que vendrían obras como “Los magníficos Amberson”, “La dama de Shanghay”, “Mr. Arkadin” –rodada en España donde vivió una larga etapa de su vida- ó “Campanadas a medianoche”, terminada gracias al entusiasmo del productor español Emiliano Piedra y “Sed de Mal”.
En los años 50, los festivales de Venecia y Cannes, fijan sus ojos en películas de directores y cinematografías no tenidas muy en consideración hasta entonces en el mundo occidental.
El gran descubrimiento es el de los directores japoneses, hombres como Kenji Mizoguchi o Akira Kurosawa, pero también adquieren protagonismo directores de cinematografías tan poco conocidas como la india en la que se “descubren” autores de la talla de Satyajit Ray, autor de la famosa trilogía “Pather Panchali” que realiza después de ver “El ladrón de bicicletas”.
Durante muchos años se tuvo, por parte de la crítica y el público “culto”, al cine americano como una cinematografía de segunda clase, obra de artesanos y buenos profesionales pero carentes de calidad artística. Fue la crítica especializada europea de los años 50 y 60, capitaneados por la revista francesa “Cahiers de Cinèma”, los que redescubrieron a los “primitivos” americanos y defendieron con pasión la frescura de sus obras, su anti-intelectualismo, dando prioridad al director frente a los guionistas y los productores. El valor más importante de este “cine de autor”, es la puesta en escena y críticos como Ander Bazin y otros muchos elevan a la máxima consideración artística a directores como Howard Hawks, John Ford, Samuel Fuller, Raoul Walsh, Stanley Donen, Vicente Minnelli y sobre todos Alfred Hitchcock, como aunténticos “autores” y verdaderos “maestros” del cine.
Arte e Industria cada vez están mas próximos y se funden y se confunden entre sí. El cine produce verdaderas obras de Arte, por supuesto, pero quien lo empuja, quien propicia que estas obras surjan, es la Industria. Hablaba antes del nacimiento del cine sonoro, una novedad comercial que lo único que trataba era de arrastrar a los espectadores a las salas, pero que dio como resultado la aparición de maravillosas películas en las que el sonido, la voz, era un elemento tan importante como la imagen y otro tanto podríamos decir de la crisis de los años 60, años en los que el cine vio peligrar su propia existencia ante el avance de la televisión.
La costumbre de ir los fines de semana toda la familia al cine se cambió por la de quedarse en casa a ver concursos ó magazines televisivos. Muchas salas se vieron obligadas a cerrar y se hizo normal ver aparecer de pronto oficinas bancarias ó salas de bingo en los lugares ocupados anteriormente por ellas.
La Industria, en un intento desesperado por atraer de nuevo al público, se empeñó en proyectos colosales, cada vez mas costosos, tratando de ofrecer a los espectadores aquello que la televisión era incapaz de darles, es decir, espectáculos de grandes proporciones para los que las pantallas utilizadas hasta entonces se quedaban pequeñas. CinemaScope, VistaVisión, Cinerama y otros muchos inventos técnicos hicieron aumentar el tamaño de las pantallas hasta dimensiones jamás imaginadas a la vez que sofisticados sistemas de sonido, precursores del sistema “Dolbi” actual, como el sonido Estereofónico Perspecta, hacían que el espectador se viera literalmente envuelto tanto por las imágenes como por el sonido.
Las películas espectaculares se pusieron de moda. Ya lo habían estado antes con producciones como “Rey de Reyes”, “Ben Hur”, “Espartaco” o “Cleopatra” y con Cecil B. de Mille como maestro indiscutible del género, pero ahora lo hacían con todos los adelantos técnicos conseguidos en estos últimos años y curiosamente se repitieron los mismos títulos de antes, pero cada película trataba de sombrar mas al espectador. Grandes movimientos de masas, contratos millonarios con estrellas de moda, todo ello llevó a que algunas productoras se embarcasen en proyectos que no eran capaces de asumir como ocurrió con “Cleopatra”, dirigida por Mankiewicz y protagonizada por Elizabhet Taylor –que por primera vez en la historía cobró $ 1 millón por su trabajo junto a Richard Burton y Rex Harrison y que estuvo a punto de llevar a la bacarrota a la “20 th. Century Fox” al convertirse en uno de los fracasos taquilleros más sonados de la historia.
Arte e Industria seguían de la mano, pero tirando cada uno para un lado distinto. Ante la paulatina e imparable disminución de los espectadores, los exhibidores, los dueños de las salas cinematográficas, se vieron obligados a buscar nuevas fórmulas que hiciesen más atractiva la asistencia del público a sus locales y así se instauraron programas dobles, sesiones continuas, sesiones “golfas”, “matinales”, etc.
Pero quizás la fórmula que tuvo más éxito fue creación de “salas especiales”, destinadas unas a espectadores cultos e intelectuales con ganas de ver obras artísticas, como fueron las “salas de Arte y Ensayo” o por el contrario, otras destinadas a gentes ávidas de espectáculos en los que el sexo y la violencia fuesen los protagonistas y para ellos se crearon las salas “S” y “X”.
No podemos olvidarnos, por supuesto, de los “cines de verano” donde en las calurosas noches de estío se podía asistir a la proyección de una película mientras se disfrutaba del fresco de la noche. Posteriormente este tipo de espacio se combinó con la posibilidad de asistir a la proyección desde el mismo coche o incluso de cenar en él mientras se veía la película.
Hace años, las distribuidoras acostumbraban a hacer pocas copias de cada película por el alto precio de las mismas. Todos recordamos cuando se estrenaba una película famosa en Madrid o Barcelona y el tiempo que pasaba hasta que llegaba a las ciudades mas pequeñas, tardaba a veces hasta varios años.
Cuando el precio de las copias dejó de ser un problema, se cambió la estrategia de la exhibición. De explotar las películas en forma larga y lenta se cambió a un sistema de explotación corto pero intenso. Se empezaron a hacer numerosas copias de cada película para conseguir proyectarlas simultáneamente en la mayor cantidad posible de salas aprovechando al máximo el costo de una promoción no basada como antes en grandes carteles pintados a mano expuestos en las fachadas de los cines, sino una publicidad en prensa, radio y sobre todo en televisión, con una publicidad de choque, cara pero eficaz.
Todo esto unido a que la mayor parte del coste de las salas era el de la mano de obra se pensó que una forma de abaratar estos costes sería haciendo que unos mismos empleados pudieran atender varias salas a la vez. Así nacieron los “multicines”, conjunto de varias salas con un solo portero, un solo taquillero y un solo proyeccionista (ó varios, pero en cualquier caso, compartidos).
Es difícil prever como serán las salas del futuro ó incluso si las películas se proyectarán en salas de la forma en que las conocemos ahora. Es posible que durante mucho tiempo continúe habiendo salas a las que los espectadores, familias, grupos de amigos ó parejas acudan a ver esa película que anuncia la T.V. y de la que todo el mundo habla, el último Óscar o el reciente éxito de nuestro actor o director favorito, pero aunque eso sea así es seguro que también se podrán ver esas mismas películas a la carta en las pantallas de nuestras casas.
De cualquier forma es presumible una larga vida de este medio de expresión, arte, negocio, espectáculo o como se quiera considerar y también es seguro que continuará constituyendo una potente industria de cada país y también de potentes multinacionales y esa será la garantía de que algunos de los productos que nos ofrezcan sean verdaderas obras de arte. Sin esa industria no sería posible el arte, por eso la cuestión no es Arte o Industria, sino Arte e Industria, identidad, no disyunción, …¿o quizás conjunción?.
Cuando en determinados círculos sociales o culturales, se habla de cine, suele surgir la discusión entre cómo hay que considerar las películas, como obras artísticas o como meros productos comerciales, industriales y simplemente eso, productos manufacturados, mejor ó peor realizados, con gracia e interés en algunos casos, pero artesanía en el mejor de los casos.
Para unos hay que distinguir entre películas que son solamente objetos de consumo, sin otra trascendencia que la de abastecer un mercado, y otras que son verdaderas obras de arte. Para algunos el cine no es más que un producto destinado a que quienes lo producen obtengan el mayor beneficio posible y para otros, por el contrario, se trata siempre de obras de creación y por tanto, de obras de arte, con mayor o menor aceptación por parte de determinados públicos, de unos u otros espectadores y, por supuesto, de una ú otra época y de uno u otro estamento social ó cultural.
Realmente el problema surge en la consideración que tengamos del término Arte, porque ¿qué es en realidad el Arte?, ¿Cuándo nace el concepto de Arte? Y sobre todo ¿quién decide lo que realmente es Arte y lo que no lo es?.
Hoy nadie pone en duda que los dibujos que adornan numerosas cuevas prehistóricas como las de Altamira o Tito Bustillo sean auténticas obras de Arte, pero ¿eran así consideradas por quienes las realizaron?. Por supuesto y obviamente, no. El hombre del paleolítico superior pintaba figuras, animales ú hombres, en las paredes de las cavernas en las que se refugiaba, con fines mágicos o religiosos e incluso, vaya Vd. a saber, como entretenimiento, como forma de pasar el tiempo. Eso nunca podremos saberlo con seguridad, pero lo que sí sabemos es que no lo hacía con ningún propósito artístico.
Tampoco los canteros que levantaron las catedrales góticas o las sencillas iglesias románicas o los maravillosos pintores que reflejaban ó imaginaban o recreaban la figura de Cristo ó plasmaban en lienzos el dogma de la Purísima Concepción, tenían como prioridad hacer Arte. Todos hacían simplemente su trabajo lo mejor que sabían, tratando de complacer a aquel que les pagaba, de transmitir aquello que la Iglesia o el Rey o el Señor de turno le interesase hacer llegar al pueblo, al hombre de la calle, al espectador.
Fue siempre la posteridad, aquellos para quienes no había sido hecha la obra ni tan siquiera se había pensado en ellos a la hora de realizarla, aquellos que la encontraron (nos la encontramos), los que se encargaron (nos encargamos), de separar el grano de la paja, de distinguir entre lo que era solamente un encargo realizado correctamente por un artesano conocedor de su oficio, de la obra verdaderamente artística que había sido capaz de superar el fin para el que había sido creada y había adquirido valor intrínseco, valor en sí misma, al margen del valor o la grandeza que el tema del cuadro, o la escultura, o el edificio, mostrase.
En la Antigua Grecia se valoraba especialmente la Belleza y en el grado en que una obra se acercase más o menos a un determinado ideal estético, la obra era considerada más o menos artística, pero los valores se trastocan y la sociedad no es inmutable en cuanto a la consideración de lo que es “bueno” o “malo”, “bello” o “feo”, “verdadero” o “falso”.
El cine nació como curiosidad científica, como experimento, como artilugio. A todos nos “suenan” nombres como el kinetoscopio inventado por T.A. Edison en 1894, ó el zootropo inventado anteriormente por Hoerner en 1834. Estos aparatos, al igual que el phenekistiscopio inventado en 1828 por Joseph Plateau ó el cronógrafo inventado en 1891 por George Demany ó el fonotoscopio inventado por el mismo Demany en 1892, todos fueron inventos que trataban de conseguir la imagen en movimiento basándose en la persistencia de las imágenes en la retina, hecho ya conocido por Ptolomeo, lo cual motivó que ya en el S. XI Al Hazen experimentase sobre ello y en el S. XVII se llegase a determinar que esta persistencia era de entre 1/10 y un 1/4 de segundo lo cual llevó al descubrimiento en dicho siglo de la linterna mágica con la que falsos magos impresionaron a las multitudes, dando lugar al nacimiento de espectáculos de sombras chinescas como las fantasmagorías con las que en 1797 Robertson entusiasmaba al público de París, pero a todos estos inventos les unía algo fundamental, el movimiento que alguno de estos inventores consiguieron plenamente, aunque todos seguían adoleciendo del mismo defecto: debían de ser usados de forma individual. Una persona a través del aparato podía conseguir ver imágenes en acción, pero eso no era lo que con el tiempo entenderíamos por “cine” que es poder ver de forma conjunta esas imágenes en movimiento, ver las escenas en una pantalla ante la que los espectadores se sitúan para verlas todos a la vez. Esto lo consiguieron los Hermanos Lumière, concretamente Louis, el 13 de Febrero de 1895 con su “cinematógrafo”. Pero incluso esto no era lo determinante del nuevo medio de expresión. El 22 de Marzo de ese mismo año tiene lugar una proyección en el nº 44 de la calle Rennes en la Sociedad para el Fomento de la Industria Nacional, en París, en la que se proyecta la salida de los obreros de la fábrica Lumiere y el 1 de junio de ese mismo año se proyectan en Lion 7 films de los propios Hnos. Lumière y el 16 de Noviembre tiene lugar tambien una proyección en la Sorbona, pero fue, sin embargo, el 5 de Diciembre de 1895 en la Avenue de Capucins cuando por primera vez la gente, pagando una entrada, entró a ver una proyección pública. El Cine había nacido.
¿Pensaban los inventores del aparato ó los dueños de la sala donde se hizo esta proyección o alguno de los afortunados espectadores que acudieron a ella que aquello era una manifestación artística?. Por supuesto que no. Aquello era solamente una curiosidad científica, una novedad más de las muchas que aquel siglo de las luces iba proporcionando a una sociedad que pedía más. La electricidad, la luz eléctrica, el teléfono, la radio, cada día surgía algún nuevo invento y el cine fue uno más.
Al principio, en los primeros años de vida del incipiente invento, los espectadores acudían a ver estas , más que películas, escenas, a verdaderas barracas de feria. Después de pasar por taquilla se reían ante “El regador regado” o se enternecían ante “El desayuno del bebé” o se estremecían ante la “Llegada del tren a la estación de Lion” que parecía que iba a salirse de la pantalla y arrollar a los ingenuos espectadores. Nadie hablaba todavía de Séptimo Arte, eso vino mas tarde, muchas veces para nuestra desgracia y desgracia del propio Cine.
Enseguida hombres con visión de futuro, convencidos de que aquella atracción de feria podría llegar a ser un gran negocio, hombres como George Meliés, intentaron dar un paso hacia delante, pero un paso comercial, industrial, no artístico. Meliés intentó comprar el invento a los Lumière sin conseguirlo: “Agradézcamelo, joven -le dijo Louis- si mi invento estuviera en venta, sería su ruina.
A lo largo y ancho de todo el mundo comenzaron a construirse modernas salas cinematográficas que se llenaban de espectadores ansiosos de ver películas, generalmente vulgares y de mal gusto, de unos doce minutos de duración, un rollo.
Pero estas salas había que llenarlas y para ello hacían falta películas que no se limitasen a reproducir escenas de la vida real sino que contasen historias y estas historias debían de estar protagonizadas por actores y actrices que emocionasen a ese nuevo público.
En cierta ocasión le preguntaron a Alfred Hitchcock su opinión sobre el cine, qué era para él realmente. El genial y gordo director contestó: “Para mi el Cine es una sala llena de butacas que hay que llenar de gente”.
Pathé, otro de los grandes comerciantes del cine, francés por supuesto, solía decir: “Es posible que yo no haya inventado el cine, pero desde luego nadie puede poner en duda que yo lo he industrializado” y lo decía con orgullo refiriéndose, no a que lo había privado de su carácter artístico, sino de que de mero producto comercial que era, lo había llevado a cotas más altas en ese terreno, el de la Industria.
Sus noticiarios, falsos –ó mejor sería decir recreados- eran seguidos con enorme interés por todo el mundo y cuando alguna noticia trascendente no había podido ser filmada, él la reproducía con pasmosa fidelidad a los hechos relatados.
Tratando de llevar al cine a sectores sociales aún reacios, como la burguesía, Pathé construyó por todo el mundo suntuosos “Palacios del Cine” y trató de dar a este público lo que ellos entendían por Arte, ofreciéndoles pretenciosas películas con grandes actores del teatro como la misma Sara Bernhardt, pero el público enseguida se decantó por trabajos de desconocidos llegados a la pantalla sin haber pisado las tablas como Max Linder o el propio Charles Chaplin.
En 1910 ya existían en América mas de 20.000 salas cinematográficas y Mack Sennet monta en California la Keistone donde produce cientos de películas con sus famosos “polis” y “bañistas”, persecuciones de coches y lanzamiento de tartas a la cara de los actores. A la gente le encantaba.
Pronto el público se erigió en el controlador del negocio frente a los grandes Estudios. Cuando Josef Von Sternberg rodó “La Ley del Hampa” no gustó a la Productora y trataron de quitarse la película de encima pero sin incumplir el contrato, para ello la estrenaron sin publicidad alguna en un cine de Nueva York. Tres horas más tarde Times Square estaba bloqueado por una muchedumbre que se agolpaba a las puertas del cine que tuvo que permanecer abierto toda la noche inaugurándose así el sistema de sesión continua.
La creación de lo que se dio en llamar “Estrellas” y con ellas todo el “Star System”, comenzó con el lanzamiento por parte de Hollywood de Mary Pickford y a partir de ese momento todo cambió. Todo lo que hasta entonces habían hecho los europeos para ganar dinero con el Cine puede considerarse un juego de niños. Europa había inventado lo que con el tiempo sería considerado el 7º Arte, Hollywood inventó el 8º, el arte de ganar dinero con el 7º. El cine se convierte en el espectáculo por antonomasia. Las salas cinematográficas proliferan desaforadamente en todo el mundo y no hay ciudad ni pueblo ni aldea que no tenga una.
Pero aún no se hablaba de Arte. Para hablar de arte había que ir al teatro o a la ópera, como hacía la gente culta y refinada. La burguesía iba al cine a divertirse y nada mas. Era un pasatiempo.
Y seguimos inventando. El 6 de Octubre de 1.927, se estrena “The Jazz Singer” –“El Cantor de Jazz”- en la que su protagonista, un mediocre Al Jolson, con la cara pintada de negro, decía una frase, la primera de la historia del Cine. “Hola Mami”. Lo que parecía una mera anécdota técnica haría cambiar el futuro de toda la industria cinematográfica. Todas las productoras, europeas y americanas, ante la exigencia del público, tuvieron que seguir la iniciativa de la Warner –en la mayoría de los casos muy a su pesar- y producir películas en las que los actores hablasen, lo cual no siempre resultaba fácil como se recrea magistralmente en “Cantando bajo la lluvia”. Las salas cinematográficas de todo el mundo tuvieron que ponerse al día e instalar equipos sonoros que permitiesen la exhibición de las nuevas películas que todo el mundo quería ver…..y oir…..pero nadie hablaba todavía de Arte……
………Sin embargo ya había verdaderas obras cinematográficas artísticas.
Mientras el negocio del cine crecía y crecía y muchos se dedicaban solamente a ganar dinero, otros, además de eso, se preocupaban de realizar obras que transmitiesen sus ideas, sus inquietudes, que contasen historias tiernas, emocionantes, terroríficas ó melodramáticas. Eran los Directores de Cine, los verdaderos autores de las películas, hombres que fueron capaces de comprender que aquello que tenían entre las manos era una nueva forma de expresión, de creación artística. Ellos dieron lugar al nacimiento de este nuevo Arte.
Al hablar del cine como forma de expresión artística es imprescindible mencionar en primer lugar a David Wark Griffith, que entre 1.908 y 1.914 realizó mas de 450 películas entre las que cabe destacar dos, “El Nacimiento de una Nación” e “Intolerancia”, auténticas obras maestras, modelos de tensión contrastada de tremenda fuerza emocional y expresiva. A este Director le cabe el honor de haber inventado el “primer plano”, el “flash back”, el montaje en paralelo y de haber dado valor narrativo al “traveling”.
Sin embargo, la personalidad mas conocida y universal de toda la historia del cine es Charles Chaplin y su personaje Charlot. Nacido en Londres en 1889, hijo de actores judíos del “music hall”, durante una gira por Estados Unidos comenzó una carrera imparable en el mundo del cine realizando películas como “Armas al hombro”, “El chico”, “El circo”, “La quimera del oro” o “Luces de la ciudad”.
Otro de los grandes cómicos que realizó su carrera simultáneamente a Chaplin, fue Buster Keaton, menos popular que él, pero mas apreciado por el mundo culto e intectual. Realizó películas que también pueden ser consideradas verdaderas obras de arte como “El Navegante”, “El Cameraman” o “El maquinista de la General”.
Los años 30 del pasado siglo fueron una época dorada para el cine como Arte. Los directores no se limitaban a contar historias, se esforzaban en hacerlo de una manera propia, ni literaria ni pictórica, cinematográfica en toda su pureza. Las luces y las sombras, los negros y los grises de sus películas en blanco y negro adquirían tintes dramáticos, sentimentales o cómicos según la ocasión lo pidiese. Nombres fundamentales en la historia del cine como Eric Von Stroheim, Joseph van Stemberg o años después, Orson Welles, clásicos los tres entre los clásicos.
Strohein al que todos recordamos como el criado-director de Gloria Swanson en “El crepúsculo de los dioses”, de Billy Wilder, tiene una vida “de película”. Oficial de caballería a los 16 años, desertor, emigrante a los E.E.U.U., especialista, extra, actor, trabaja con Griffith en “El Nacimiento de una Nación” e “Intolerancia” hasta que decide ser director. Después de varias películas, dirige “Avaricia”, cumbre del naturalismo cinematográfico. Durante el rodaje de esta película del que toda América estaba pendiente como después ocurriría con el de “Lo que el viento se llevó”, en lo más alto de un rascacielos de Nueva York aparecía en letras luminosas el nombre de Stroheim con dos barras cruzando la S de su apellido y semanalmente iban cambiando el importe de los dólares que se iban invirtiendo en la película.
Joseph von Sternberg al igual que Stroheim, nace en Viena y muy joven emigra a E.E.U.U. donde realiza “La ley del hampa”, “La última orden” y “Los muelles de Nueva York”. La UFA le reclama desde Alemania a donde vuelve para realizar “El Angel Azul”. La protagonista es Marlene Dietrich y su encuentro da origen a un tanden artístico que dio frutos como “Marruecos”, “Fatalidad”, “El Expresso de Shanghay” ó “Capricho Imperial”.
Cada año, el día de su cumpleaños, Sternberg recibía un regalo de Marlene Dietrich con una nota que invariablemente decía: “No fui nadie sin ti, no soy nadie sin ti.”
Sternberg, poeta de la luz y de la mujer, apartado del realismo y del naturalismo, es quizás, el más orgulloso y susceptible de todos los directores de la historia del cine.
Simultáneamente, en estos primeros años del Siglo XX, una precaria industria cinematográfica en Alemania trata de conjugar el incipiente y fuerte sentido nacionalista con un movimiento artístico de la época, el expresionismo, dando origen al “expresionismo alemán”, escuela o movimiento cinematográfico que cuenta con directores clave en la historia del cine como Robert Wienne, autor de “El Gabinete del Dr. Caligari”, precursora de todo el cine de terror. Otros directores de esta escuela son Paul Wegener, autor de “El Golem”, F.W. Murnau, que rueda “Nosferatu” y continúa su carrera en Norteamérica con películas como “Amanecer” o Fritz Lang que dirige “ Los Nibelungos” y “Metrópolis” y que tambien emigra a Estados Unidos donde desarrolla una importantísima carrera.
En Rusia, tras la Revolución, se piensa que el cine es el arma más perfecta para llevar a cabo una ofensiva propagandística de tipo ideológico. Para ello se apoya en jóvenes directores teatrales, jóvenes idealistas como S.M. Eisenstein, Pudovkin o Dovjenko. Su forma de enfrentarse a las historias era diferente, pero todos basaban su forma de expresarse en el montaje, técnica a la que Eisenstein llega después de profundas investigaciones sobre las películas de Griffith y Ford y también, obligado en parte, por las enormes limitaciones existentes en Rusia para conseguir material.
En el resto de Europa también surgieron a principios del pasado siglo directores con personalidad propia que crearon obras originales de enorme importancia y que supusieron aportaciones al lenguaje cinematográfico.
Podemos citar a directores como Carl Theodor Dreyer nacido en Dinamarca en el seno de una rígida familia luterana, muy influenciado por Eisenstein y por Griffith, que realizó películas de gran sobriedad, sin concesión alguna a la comercialidad y entre las que destaca su obra maestra “La pasión de Juana de Arco”.
Otro nombre importante del cine considerado como arte es el del sueco Ingmar Bergman cuyas películas, contenidas y serias, nos muestran sus preocupaciones religiosas. El miedo a la muerte y sus dudas sobre la necesidad del Arte en la sociedad, aparecen en películas como “El séptimo sello”, “El manantial de la doncella” ó “Fresas salvajes” para evolucionar posteriormente hacia films como “Persona” o “La vergüenza”, de mucho mayor rigor y consistencia.
En Italia, tras la Segunda Guerra Mundial, surgió un movimiento, el Neorrealismo, que contó con directores que con el tiempo evolucionarían hacia posturas de fuerte personalidad muy diferentes entre sí como Luchino Visconti, autor de obras como “Rocco e i sui fratelli” ó “Muerte en Venecia”, Vitorio de Sicca con películas como “Ladrón de bicicletas, “El limpiabotas” o “Milagro en Milán”, Roberto Rossellini con películas como “Roma, ciudad abierta” o “Alemania año 0” o Federico Fellini que tras un periodo de realismo poético en el que dirige películas comno “La Strada” o “Las noches de Cabiria”, llega una etapa en la que crea sus obras mas personales como “Fellini, ocho y medio” o “Amarcor”.
En Francia, tras una etapa en la que destacan nombres como Carné, Renoir o René Clair, irrumpe con fuerza la “Nouvelle vague” en la que destacan nombres como Goddard ó Truffaut.
En España también contamos con verdaderos autores cinematográficos, creadores que han dado al mundo películas dignas de ser consideradas obras de arte como es el caso de Luis Buñuel cuya obra se reparte entre Francia, Méjico y España, pero además de este nombre incuestionable, no podemos olvidarnos de otros como Luis G. Berlanga, Juan Antonio Bardén o Carlos Saura junto a los Fernando Fernán Gómez, Basilio Martín Patiño y otros como Erice o Pedro Almodóvar, el último gran director español.
Pero decía antes que había tres clásicos incuestionables del cine americano, Stroheim, Sternberg -a los que ya me he referido- y Orson Welles, aunténtico “enfant terrible” del cine, auténtico niño prodigio. A los dos años ya hablaba, a los cinco había estudiado toda la obra de Shakespeare, , a los once escribe un análisis de “Asi hablaba Zaratustra”, a los 15 trabaja como actor profesional –adulto- en Londres y a los 23 realiza un montaje radiofónico de “La Guerra de los mundos” que causa el terror y la histeria colectiva en toda América lo cual lleva a que la R.K.O. le contrate para realizar con total libertad “Ciudadano Kane”, película que suele ocupar con frecuencia el primer puesto de las listas de las diez mejores películas de la historia del cine, tras las que vendrían obras como “Los magníficos Amberson”, “La dama de Shanghay”, “Mr. Arkadin” –rodada en España donde vivió una larga etapa de su vida- ó “Campanadas a medianoche”, terminada gracias al entusiasmo del productor español Emiliano Piedra y “Sed de Mal”.
En los años 50, los festivales de Venecia y Cannes, fijan sus ojos en películas de directores y cinematografías no tenidas muy en consideración hasta entonces en el mundo occidental.
El gran descubrimiento es el de los directores japoneses, hombres como Kenji Mizoguchi o Akira Kurosawa, pero también adquieren protagonismo directores de cinematografías tan poco conocidas como la india en la que se “descubren” autores de la talla de Satyajit Ray, autor de la famosa trilogía “Pather Panchali” que realiza después de ver “El ladrón de bicicletas”.
Durante muchos años se tuvo, por parte de la crítica y el público “culto”, al cine americano como una cinematografía de segunda clase, obra de artesanos y buenos profesionales pero carentes de calidad artística. Fue la crítica especializada europea de los años 50 y 60, capitaneados por la revista francesa “Cahiers de Cinèma”, los que redescubrieron a los “primitivos” americanos y defendieron con pasión la frescura de sus obras, su anti-intelectualismo, dando prioridad al director frente a los guionistas y los productores. El valor más importante de este “cine de autor”, es la puesta en escena y críticos como Ander Bazin y otros muchos elevan a la máxima consideración artística a directores como Howard Hawks, John Ford, Samuel Fuller, Raoul Walsh, Stanley Donen, Vicente Minnelli y sobre todos Alfred Hitchcock, como aunténticos “autores” y verdaderos “maestros” del cine.
Arte e Industria cada vez están mas próximos y se funden y se confunden entre sí. El cine produce verdaderas obras de Arte, por supuesto, pero quien lo empuja, quien propicia que estas obras surjan, es la Industria. Hablaba antes del nacimiento del cine sonoro, una novedad comercial que lo único que trataba era de arrastrar a los espectadores a las salas, pero que dio como resultado la aparición de maravillosas películas en las que el sonido, la voz, era un elemento tan importante como la imagen y otro tanto podríamos decir de la crisis de los años 60, años en los que el cine vio peligrar su propia existencia ante el avance de la televisión.
La costumbre de ir los fines de semana toda la familia al cine se cambió por la de quedarse en casa a ver concursos ó magazines televisivos. Muchas salas se vieron obligadas a cerrar y se hizo normal ver aparecer de pronto oficinas bancarias ó salas de bingo en los lugares ocupados anteriormente por ellas.
La Industria, en un intento desesperado por atraer de nuevo al público, se empeñó en proyectos colosales, cada vez mas costosos, tratando de ofrecer a los espectadores aquello que la televisión era incapaz de darles, es decir, espectáculos de grandes proporciones para los que las pantallas utilizadas hasta entonces se quedaban pequeñas. CinemaScope, VistaVisión, Cinerama y otros muchos inventos técnicos hicieron aumentar el tamaño de las pantallas hasta dimensiones jamás imaginadas a la vez que sofisticados sistemas de sonido, precursores del sistema “Dolbi” actual, como el sonido Estereofónico Perspecta, hacían que el espectador se viera literalmente envuelto tanto por las imágenes como por el sonido.
Las películas espectaculares se pusieron de moda. Ya lo habían estado antes con producciones como “Rey de Reyes”, “Ben Hur”, “Espartaco” o “Cleopatra” y con Cecil B. de Mille como maestro indiscutible del género, pero ahora lo hacían con todos los adelantos técnicos conseguidos en estos últimos años y curiosamente se repitieron los mismos títulos de antes, pero cada película trataba de sombrar mas al espectador. Grandes movimientos de masas, contratos millonarios con estrellas de moda, todo ello llevó a que algunas productoras se embarcasen en proyectos que no eran capaces de asumir como ocurrió con “Cleopatra”, dirigida por Mankiewicz y protagonizada por Elizabhet Taylor –que por primera vez en la historía cobró $ 1 millón por su trabajo junto a Richard Burton y Rex Harrison y que estuvo a punto de llevar a la bacarrota a la “20 th. Century Fox” al convertirse en uno de los fracasos taquilleros más sonados de la historia.
Arte e Industria seguían de la mano, pero tirando cada uno para un lado distinto. Ante la paulatina e imparable disminución de los espectadores, los exhibidores, los dueños de las salas cinematográficas, se vieron obligados a buscar nuevas fórmulas que hiciesen más atractiva la asistencia del público a sus locales y así se instauraron programas dobles, sesiones continuas, sesiones “golfas”, “matinales”, etc.
Pero quizás la fórmula que tuvo más éxito fue creación de “salas especiales”, destinadas unas a espectadores cultos e intelectuales con ganas de ver obras artísticas, como fueron las “salas de Arte y Ensayo” o por el contrario, otras destinadas a gentes ávidas de espectáculos en los que el sexo y la violencia fuesen los protagonistas y para ellos se crearon las salas “S” y “X”.
No podemos olvidarnos, por supuesto, de los “cines de verano” donde en las calurosas noches de estío se podía asistir a la proyección de una película mientras se disfrutaba del fresco de la noche. Posteriormente este tipo de espacio se combinó con la posibilidad de asistir a la proyección desde el mismo coche o incluso de cenar en él mientras se veía la película.
Hace años, las distribuidoras acostumbraban a hacer pocas copias de cada película por el alto precio de las mismas. Todos recordamos cuando se estrenaba una película famosa en Madrid o Barcelona y el tiempo que pasaba hasta que llegaba a las ciudades mas pequeñas, tardaba a veces hasta varios años.
Cuando el precio de las copias dejó de ser un problema, se cambió la estrategia de la exhibición. De explotar las películas en forma larga y lenta se cambió a un sistema de explotación corto pero intenso. Se empezaron a hacer numerosas copias de cada película para conseguir proyectarlas simultáneamente en la mayor cantidad posible de salas aprovechando al máximo el costo de una promoción no basada como antes en grandes carteles pintados a mano expuestos en las fachadas de los cines, sino una publicidad en prensa, radio y sobre todo en televisión, con una publicidad de choque, cara pero eficaz.
Todo esto unido a que la mayor parte del coste de las salas era el de la mano de obra se pensó que una forma de abaratar estos costes sería haciendo que unos mismos empleados pudieran atender varias salas a la vez. Así nacieron los “multicines”, conjunto de varias salas con un solo portero, un solo taquillero y un solo proyeccionista (ó varios, pero en cualquier caso, compartidos).
Es difícil prever como serán las salas del futuro ó incluso si las películas se proyectarán en salas de la forma en que las conocemos ahora. Es posible que durante mucho tiempo continúe habiendo salas a las que los espectadores, familias, grupos de amigos ó parejas acudan a ver esa película que anuncia la T.V. y de la que todo el mundo habla, el último Óscar o el reciente éxito de nuestro actor o director favorito, pero aunque eso sea así es seguro que también se podrán ver esas mismas películas a la carta en las pantallas de nuestras casas.
De cualquier forma es presumible una larga vida de este medio de expresión, arte, negocio, espectáculo o como se quiera considerar y también es seguro que continuará constituyendo una potente industria de cada país y también de potentes multinacionales y esa será la garantía de que algunos de los productos que nos ofrezcan sean verdaderas obras de arte. Sin esa industria no sería posible el arte, por eso la cuestión no es Arte o Industria, sino Arte e Industria, identidad, no disyunción, …¿o quizás conjunción?.
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Por Jesús Almendros Fernandez - Puerto de Santa María ( Cádiz )